Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
EL hombre de campo ha estado siempre mal considerado. "Cateto", "pisa terrones", "el pelo de la dehesa"... y, sin embargo, nada más noble que labrar la tierra y conseguir el trigo, el pan de cada día. Por eso quien podía emigraba, se iba a otros oficios, últimamente a la construcción.
En ellos no había solazos, ni lluvia, ni fango, ni ajetreo de animales... pero la crisis, como si fuera una plaga, ha ido cerrando obras, empleos y nuevos horizontes.
Dicen que en la crisis hay que volver los ojos al entorno más cercano y ver que no lejos, sino al lado, puede estar una solución. Yo me acordaba de esto, cuando yendo por la carretera en kilómetros y kilómetros, hoy no se ve ni una vaca.
Hace un tiempo cercano en todos lados había una piara, una punta de ganado, una yunta que pastaba en las herías, en los rastrojos, en las dehesas. Todo ha desaparecido. Dicen los agricultores y ganaderos que los precios están por los suelos. Un becerro al destete valía hace 25 años hasta 100.000 pesetas. Hoy 60.000 al cambio y con más papeles que un juzgado. La remolacha, máximo cultivo en puestos de trabajo, hace 25 años el kilogramo estaba a 12 pesetas, hoy a cuatro y lógicamente no se puede sembrar.
El kilo de trigo se ha vendido el año pasado a 25 pesetas, y hace 10 años se vendía a 32. Es una barbaridad. Y no sólo para el ganadero o el agricultor, la cosa tiene mas INRI, porque cada vez son menos los puestos de trabajo.
Fíjense en esta cifra: hace diez años había en nuestra provincia 42.777 trabajadores del campo. En este año 32.131, lo que significa una bajada de más de 10.000. Y no por el abandono de una agricultura arcaica sino moderna.
Y esto no tiene tanto eco como el desmantelamiento de la empresa Delphi. ¿A dónde llegarían los gritos si se perdieran 10.000 puestos de trabajo en los Astilleros? El campo parece no tener voz, pese a su dramatismo.
Digo yo que no se trataría de volver al arado de palo y a la jornada de sol a sol. Pero es una tragedia que tanta tierra fértil esté vacía, sin cultivos, sin ganados, sin dar puestos de trabajo...
Estos sí que son tajos que no debieran abandonarse. ¿Cómo? Pues no sé, pero da mucha pena. Y no sólo suspirar, como el poeta ante las ruinas de Itálica: "¡Estos campos, Fabio, ay dolor...!"
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