Chiclana reciente

Joaquín / Muriano

Las cabañuelas

03 de agosto 2014 - 01:00

Las Cabañuelas es un método muy antiguo para pronosticar el tiempo. Según esta creencia ancestral, el clima entre el uno y el veinticuatro de Agosto de un año nos revelará el tiempo el año siguiente, correspondiéndose cada día con una quincena. Estamos por lo tanto, en tiempo de Cabañuelas.

En esta mañana de domingo de agosto, quizás todavía, alguien está tomando notas en un cuaderno para tener apuntado de su puño y letra el tiempo del año que viene. Pronosticar el tiempo con las Cabañuelas requiere de una sabiduría metódica y casi genética. Nuestro personaje imaginario de hoy estará ya desde bien temprano en su huerto del sotillo, o en su cortinar del pago del humo observando y anotando cómo amanece, si está nublado, qué viento y con qué fuerza, qué tipo de nubes... Durante todo el día registrará en su cuaderno la evolución del tiempo con una caligrafía antigua aprendida durante apenas dos años en los hermanitos.

El que sabe de Cabañuelas comprende su complejidad. No es que lluvia signifique lluvia, o levante traiga levante; el pronóstico es mucho más sutil y delicado. Si llueve por ejemplo, se dice que se rompen las Cabañuelas, y en absoluto lloverá en la quincena correspondiente. Una racha de levante en un mañana de poniente flojo, tendrá un significado diferente dependiendo también de si está nublado o no...

Nuestro personaje imaginario, llamémoslo Sebastián que es un nombre de Chiclana aunque más de Conil, apunta las Cabañuelas. Es de poco hablar y de mucho pensar; todo el día, todas las semanas desde que tiene memoria, ha trabajado el campo. Mientras se faena, se acumulan dolores en la espalda, se curte la piel con el sol y se endurecen las manos. Pero el campo también incita a pensar y pensar, y salir con la imaginación de la remolacha o de la viña, y dar mil vueltas a todo. La gente del campo lo tiene todo muy bien pensado. Esta vida genera una sabiduría reposada y tranquila, de la que ya no se lleva.

Sebastián tiene su cuaderno del año pasado. Aunque hay veces que no acierta, Sebastián encuentra siempre una explicación: las Cabañuelas no se equivocan, se puede equivocar el que lo apunta.

Un día de mucha agua, con el caño desbordado en el sotillo, se encontró Sebastián a su vecino Agustín el fino atrapado por la momentánea crecida y encaramado en una higuera. A gritos, como se grita en el campo para hacerse entender, (no para discutir que se hace con educación exquisita), Agustín se lamenta de la cosecha perdida diciendo que él lo tenía apuntado... ¿Si sabías que iba a llover para qué vienes al campo? Pensó Sebastián.

Además de las Cabañuelas Sebastián maneja otras muchas sabidurías de las que no se enseñan hace tiempo. La noche de San Juan, por ejemplo, señala el clima de todo el verano. Esa noche también, toma Sebastián sus notas, siempre convencido.

Me cuenta mucho más de lo que esperaba: No es lo mismo sembrar en luna creciente que en menguante, qué hortaliza se enamora de cual, qué es bueno o malo sembrar al lado de qué, qué tipo de tierra va mejor con qué cultivo... escuchándolo, y tomando notas de mis cabañuelas particulares, me siento abrumado al comprobar mi ignorancia, una vez más.

Lo que más le gusta a Sebastián, y de lo que más sabe, es de la viña. Me pone una copita, nos sentamos y se quita la gorra enseñándome su calva blanca. Yo sé que Sebastián no le enseña la calva a cualquiera.

La viña es su vida. La viña es él. Me cuenta cómo se sembraba una vara de reparia. Los dos primeros años, cuando la reparia agarra, hay que embarbarla: quitar las raíces superficiales para que la planta profundice en la tierra, para que empatille. Viña y Sebastián clavados en la tierra con raíces profundas.

Después el injerto, en patilla o en yema, sembrando la uva deseada en el tronco de la reparia fuerte pero improductiva. La faena que prefería era la poda. No es fácil, reclama mirándome a los ojos. El objetivo de la poda es dejar una vara que dará la uva este año; y, un pulgar, una yema, que será la vara del año siguiente, me dice poniendo la mano en forma de pistola. Hay que tener en cuenta este año y el que viene, si dejamos la vara al levante y el pulgar a poniente o al revés, saber cómo amarraremos... Dos hombres podían estar un rato dando vueltas a una parra discutiendo sobre la mejor manera de podar como maestros japoneses del Bonsay...

Observo que Sebastián tiene la vista y los pensamientos en otro sitio, y aunque es de poco hablar coge carrerilla... me explica cómo se sarmienta, de cómo antes los piconeros hacían esta dura faena de balde, a cambio del picón que vendían puerta a puerta para alimentar copas calientes encajadas bajo mesas camilla.

Pintar la poda con nitrato como curando heridas, sulfatar, amarrar, azufrar… Mil historias de viñas se van sucediendo y veo que Sebastián se molesta si dejo de tomar notas. Tendría para cien artículos, para un libro... pero prefiero dejar hablar a mi nuevo amigo y tomo notas de todo. Quizás sin yo saberlo, en estas notas se encierre alguna claves del porvenir...

Cuando pregunto a Sebastián cual es la faena más difícil de la viña, me dice que ninguna... Bueno, arrancarla, rectifica cambiando la expresión.

Con la cara distinta, solemne, sintiéndose protagonista de una injusticia, Sebastián me cuenta lo profunda que eran las raíces y la fuerza enorme que tuvo que hacer el tractor para arrancar la viña que puso con su padre. Me cuenta que todo aquello se ha perdido, no solo la viña, la vida de antes ya no está. Vive Sebastián muy bien, pero en un mundo que no es el suyo...

No sé como anotar el quiebro de su voz cuando recuerda el enorme y seco crujido que hizo la planta al quebrarse definitivamente. Como si se le quebrara el pecho a la vez que la cepa... ¡Crack!

stats