Crónica personal

Pilar / Cernuda

Vida pública, vida privada

27 de enero 2014 - 01:00

SUELEN decir que tienen derecho a su vida privada, pero no deben exigirla quienes organizan su privacidad a costa del erario público.

Cuando un presidente o un primer ministro accede a que su cónyuge cuente con un estatus especial, disponga de un despacho en la sede del Gobierno, y cuente con una, dos o media docena de personas para que se ocupen de su agenda y coordinen las actividades sociales a las que se le invita a participar o presidir por ser pareja de, se entiende mal que pidan que se le permita disfrutar de su tiempo libre como les venga en gana. Formar parte del stablishment político o estatal tiene muchas ventajas y privilegios, pero esas ventajas tienen como contrapartida ciertas obligaciones. Por otra parte, a nadie se le exige que entre en política. .

La reflexión viene al caso por el asunto Hollande-Trierweiler, que finalmente ha acabado con un comunicado oficial en el que el presidente francés anuncia el fin de su relación con la periodista con la que vivía desde hacía varios años. Hollande pide respeto a su vida privada, pero el respeto no significa que se deba mantener en el oscurantismo esa vida. No cuando su mujer, o pareja oficial, reside en donde reside el presidente, es internada en un hospital escoltada por fuerzas de seguridad del Estado, y al finalizar su estancia en el hospital se encierra en un palacete presidencial. Todo ello costeado con fondos públicos y después de que Trierweiler haya gozado del estatus propio de primera dama.

Valga el caso Trierweiler para situaciones similares o idénticas. Nada que ver con las mujeres de presidentes que han decidido mantenerse al margen de la vida oficial de sus maridos, han permanecido en su domicilio particular y han acompañado a presidentes y primeros ministros sólo en ocasiones especiales. Tanto, que en muchos casos ni siquiera se conocía su rostro, han mantenido su familia y su trabajo al margen de quien debía asumir unas responsabilidades políticas.

Si el cónyuge decide participar de forma activa en la nueva situación, tiene derecho a hacerlo, pero entonces ya no cabe exigir silencio cuando se produce una convulsión en la vida personal de la pareja. Todos esos acontecimientos repercuten en la vida pública, porque la pareja presidencial decidió en su momento que los dos participarían en la vida pública, en la oficial.

Hollande disponía de guardias que velaban por él cuando se encontraba con su amante, acudía a verla en una moto que pertenecía al parque móvil del Elíseo y le conducía un escolta presidencial. No puede quejarse de que los medios hayan informado de su aventura.

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