EL SEXTANTE DEL COMANDANTE

Luis Mollá Ayuso

El Titanic español

Hace un siglo. Más de 500 personas fallecieron en el naufragio en Brasil del suntuoso 'Príncipe de Asturias'

Recientemente se ha cumplido un siglo del naufragio en aguas de Brasil del trasatlántico PríncipedeAsturias, de la compañía Pinillos, conocido popularmente en su época como 'el Titanic español'. Uno más de los muchos barcos hundidos allende nuestras fronteras después de tocar en el puerto de Cádiz.

Tras su hundimiento, el Príncipe de Asturias quedó sumergido en 40 metros de fondo. El valor de la carga y los rumores sobre la existencia de una misteriosa caja fuerte conteniendo joyas y oro atrajeron la atención de los cazadores de tesoros, y desde entonces el pecio ha venido siendo objeto de continuos expolios. De no ser así, los robots submarinos mostrarían hoy imágenes de suntuosos pasillos, salones con paneles de roble tapizados en seda y arañas refulgentes del mejor cristal de Bohemia. De haberse respetado la paz del buque, las cámaras aún podrían permitirnos entrar en su famosa biblioteca estilo Luis XVI y sentarnos a contemplar sus reputadas estanterías de madera de caoba desde los confortables asientos remachados en cuero o caminar por la cubierta de primera clase entre coloridas vidrieras, y en el comedor podríamos imaginar a los viajeros más pudientes encender sus puros bajo el paraguas de la enorme cúpula rematada por hermosísimos cristales policromados.

Es posible que los poderosos viajeros del PríncipedeAsturias embarcaran para el que a la postre habría de ser el último viaje del buque pensando en una exhibición de arrogancia, al menos los de primera clase cuyos camarotes se pagaban a unos 11.000 euros al cambio actual; sin embargo, los ocupantes de las humildes literas desplegadas en el sollado de emigrantes, donde un niño podía viajar por menos de 200 euros, concentraban seguramente sus pensamientos en las oportunidades que podría ofrecerles la vida al otro lado del Atlántico.

Con la vanidad de unos y la esperanza de otros, el buque zarpó de Barcelona el 17 de febrero de 1916 en el que debía ser su sexto viaje a Buenos Aires. Hizo escala en Valencia, Cádiz y Las Palmas, de donde salió el 23 rumbo a la brasileña Santos, ciudad que nunca llegó a alcanzar. El rol oficial habla de 588 pasajeros y tripulantes. Sin embargo hoy sabemos que embarcaron más de un centenar de polizones que perecieron ahogados de forma terrible en sus improvisados escondites.

Como solía suceder en un buque de estas características, nada más zarpar surgieron todo tipo de relaciones entre los pasajeros. Había emigrantes pobres, matrimonios recién casados, comerciantes adinerados, escritores ilustres, famosos del mundo del espectáculo y una buena cantidad de niños, la mayoría de los cuales desaparecieron con el barco.

José Lotina, un marino vasco con mucha mar a sus espaldas, fue seleccionado para el mando del barco de entre lo mejor de la oficialidad de Pinillos. Se trataba de un buen capitán en cuya hoja de servicios brillaba algún hecho heroico. Sin embargo, y a pesar de los rumores que lo señalaron como responsable después del hundimiento, no pudo hacer nada para evitar el horrible final del buque, yéndose a pique con él; un final inexorable que parece aguardar siempre a los capitanes y barcos más gloriosos.

El viaje transcurrió de manera apacible. Los pasajeros de las clases más distinguidas disfrutaban de las muchas comodidades que ofrecía el buque, mientras sus poderosos 18 nudos de velocidad los impulsaban plácidamente a su destino. El 28 tuvo lugar un acontecimiento que congregó a todos los pasajeros en cubierta: en su viaje en sentido inverso, el InfantaIsabel, gemelo del PríncipedeAsturias, cruzó por el costado a apenas cien metros, circunstancia que tuvo la virtud de permitirnos contemplar hoy la última foto del vapor seis días antes de su hundimiento.

La medianoche del 4 de marzo el buque inició su última singladura sometido a los efectos de un fuerte temporal y en medio de continuos chubascos que impedían a los marinos extender la vista más allá de la proa. El capitán apenas durmió esa noche. El cuaderno de bitácora explica que hacia las tres irrumpió preocupado en el puente de gobierno. El techo de nubes que les acompañaban desde días atrás le había impedido hacer uso del sextante, por lo que la situación era sólo estimada, y además las fuertes corrientes de la zona y los desvíos de la aguja magnética, consecuencia de la carga de miles de lingotes de hierro en las bodegas, le hacían pensar en una situación poco precisa sobre la carta náutica. Necesitaba recalar en la isla de San Sebastián, lo que hacía preciso ver los destellos del faro de la punta de Boi, que advierten al marino de las puntiagudas agujas que flanquean la isla. Lotina tomó todas las precauciones, redujo la velocidad y multiplicó los ojos del barco, disponiendo serviolas en todos los puntos altos. Pero cuando alguien advirtió un tenue brillo por la proa la isla estaba demasiado cerca y una roca afilada rajó los bajos del casco como un cuchillo corta la mantequilla. Inmediatamente miles de toneladas de agua penetraron a bordo y diez minutos después el buque iniciaba su última andadura al fondo del océano. Apenas un centenar y medio de personas consiguió saltar al mar y superar las olas tremendas que arrojaban los cuerpos contra las rocas. A la mañana siguiente, el Vega, un vapor francés, encontró diseminados los restos de la carga en un mar plagado de cadáveres que constituían el festín de centenares de enloquecidos tiburones.

Han sido muchos los buceadores que han bajado a explorar el pecio en busca del supuesto tesoro que nunca ha sido encontrado. Algunas voces se han alzado para responsabilizar a Lotina, e incluso no faltó quien aseguró haberle visto dispararse un tiro ante la magnitud de la tragedia ocurrida a su buque.

A los pocos meses del naufragio Pinillos sufrió otra pérdida sensible cuando el Pío IX se hundió como consecuencia de un corrimiento de carga. Durante un tiempo la otrora orgullosa naviera intentó sobrevivir con un único buque. Sin embargo, al hundirse también éste, la compañía se sumió en una profunda crisis de la que tardó muchos años en salir. Se trataba en este caso de otro de los buques mercantes españoles que ha escrito las páginas más fatídicas del panorama marítimo español y cuyo nombre, a fecha de hoy, sigue generando toneladas de misterio: El Valbanera, otro vapor desaparecido después de pasar por Cádiz…

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