Tribuna libre

Pedro / Rodríguez / Mariño

Sustancia de misión

21 de mayo 2015 - 01:00

SER cristiano no tiene título de mera satisfacción personal: tiene nombre -sustancia- de misión". Son palabras de San Josemaría Escrivá, en su libro de homilías Es Cristo que pasa, en el punto 98, que centran una cuestión de gran interés. La vocación cristiana es totalizante, transforma a la persona entera, que adquiere perfiles que le identifican con claridad. "Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". El mandato del Señor es claro y la misión a realizar concreta, la fidelidad a Cristo es un auténtico compromiso.

Cuando no se valora como se debe el sentido de misión del cristiano, éste cae en el activismo insustancial o en el ensimismamiento estéril. Tanto uno como otro son tentaciones comprensibles. Es tan atractivo hacer el bien, tratar de llegar lejos y a muchos, que podemos embalarnos o precipitarnos, olvidándonos de lo que hemos de dar y llevar a los demás: nuestra vivencia de Dios, el gozo de nuestra filiación divina, nuestra unión con Él. Si nuestra gestión apostólica la vaciamos de contenido durará poco, y ¿para qué servirá?

En el otro extremo está una preocupación desnaturalizada por la propia vida interior, reduciéndola a un cumplimiento obsesivo y legalista, como el de aquellos fariseos que fustigaba Jesús, quedándose en la norma por la norma, sin atender al vigor de las virtudes teologales que la motivan. Cuántos textos evangélicos lo señalan: "Os aseguro que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". "Quien no recoge conmigo desparrama". Uno más: "Vosotros sois mis amigos, porque os he dado a conocer las cosas de mi Padre". O la pregunta comprometedora: "¿Quién decís que soy Yo?". Nuestra personalidad ha de ser maciza, de hijos de Dios, de auténtica trabazón de lo natural con lo sobrenatural en la misma persona, en todos los momentos y en cualquier circunstancia.

Por ser personalidades de la historia reciente, y conocidos de todos, quiero detenerme en cómo encarnaron la vocación cristiana los últimos papas, ejemplos estupendos para nosotros. San Juan Pablo II, hecho en un ambiente social contrario a la doctrina del Evangelio, era un hombre de fe fuerte. Aparece en el contexto mundial, Sumo Pontífice de la Iglesia en los casi veintisiete años de su ministerio, como la encarnación vigorosa de la unidad de vida del cristiano. El volcán Wojtyla, se le ha llamado, ilumina con fuerza incontenible y universal los problemas y cuestiones de la cultura actual en la Iglesia y en la sociedad. Su magisterio poderoso y pronto ha ido por delante de la pobre cultura de la modernidad.

Benedicto XVI, profesor universitario es su rasgo dominante, resalta como un enamorado de la unidad entre la verdad y la fe. Con qué fuerza y generosidad se entregó a la humanidad de hoy, y qué magisterio tan rico y atrayente nos ha dejado.

El papa Francisco, acrisolado en atender a los demás, con verdadero desvelo de párroco primero y de obispo después, aparece como un gran comunicador, no tanto de ideas como de la vida misma; con afán de dar las manos y el corazón a todos con la alegría del Evangelio, como torrente desbordado que ha de vivificar a la sociedad.

El alejamiento de Dios ha ensombrecido el mundo de la cultura occidental, como registran tan abundantemente los medios de comunicación. Pero la intimidad con Dios le da brillo y humanismo. Dios ha creado el mundo en tecnicolor, me gusta repetir a mí para invitar a volvernos a la realidad. Una invocación mariana proclama a la Virgen "Causa nostrae laetitiae", causa de nuestra alegría porque nos trajo a Cristo, nuestro Salvador, Luz del mundo y nuestra Paz.

stats