NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
"De vez en cuando la vida, afina con el pincel: se nos eriza la piel y faltan palabras para nombrar lo que ofrece, a los que saben usarla". (Joan Manuel Serrat, 1983)
Cuando el director francés Jean-Pierre Jeunet estrenó Amélie en 2001 no sabía que en Cádiz, existía una historia digna de ganar la Palma de Oro de Cannes. Las historias sencillas están llenas de encanto. La vida de Juan Carlos Borrell (Cádiz, 1961) puede protagonizar una obra cinematográfica porque representa un historia llena de ilusión por descubrir y porque tiene en su mirada el guiño del pícaro.
Hijo de un marino mercante, Borrell, siempre se sintió tabernero pero no lo descubrió hasta que se hizo mayor. La sonrisa de Juan Carlos es contagiosa, después de veintisiete años de oficio en la industria farmacéutica y posteriormente como director comercial deGadira, emprende el viaje más emocionante con la taberna La Sorpresa en la calle Arbolí. Arbolín, para los vecinos.
Reivindica los años ochenta gaditanos llenos de sabor cuando la ciudad se abría paso en un bosque animado con Mignon, Lugano, El Vestuariode Tere Torres, el Anteojo o el Pub La Pulga, que conformaban un universo imaginario. En ese contexto, nuestro protagonista formó parte de conocidas chirigotas ilegales: 'Los Margaritos'(1984), 'Los espermatozoides majaretas y el óvulo de una pureta' (1984) o los'Sátiros de la gabardina' (1985) que ensayaban en el garaje del desaparecido Momo Gil Olarte y se prodigó en la entonces movida gaditana.
La Sorpresa es un espacio muy elegante. Digno de estar en el parisino barrio de Saint-Germain. Tiene una atmósfera relajada, sugerente, intelectual y selecta. Cuando salta el levante el viento que viene del barrio de San Juan, nos recuerda la ciudad prohibida, pero en las mañanas radiantes el aroma de la plaza de abastos llega hasta Arbolí.
El espacio es único y es una mezcla de un Caféa las orillas del Sena y de la librería Lello e Irmaode Oporto. La Taberna tiene un discurso narrativo muy atractivo, dignificando el vino, con guiños al vermú, al Sherry en rama de sus propias botas y a las medias limetas, ensalza el mejor atún de almadraba, recupera las mejores conservas y reivindica el papel cómplice del tabernero como confidente.
Borrell y su mujer, la encantadora María José Muñoz, Peque, son padres de Alejandra y Juan Carlos, éste último cocinero en ciernes. Ellos han encontrado en La Sorpresa su proyecto vital. Andrea y Rocío, maestras del Tarantini, les ayudan en el trabajo diario.
No se pierdan la cantidad de elementos simbólicos del establecimiento: el rincón de las conservas, la antigua pizarra de las cuentas, la colección de sifones, las mesas heredadas de la taberna viñera de Las Banderas, las botas de vino con más de 100 años de crianza y los detalles ochenteros.
No se olviden de hacer tres cosas absolutamente indispensables: pedir un tartar de atún rojo de almadraba, tomarse una copa de oloroso seco viejo de la bota y charlar con Juan Carlos. El tabernero sostiene que en mayo ve las cabezas de los atunes por la playita de las mujeres pasar hacia el Estrecho.
La conversación con Borrell es puro Cádiz. Ni Japo, ni chill out. Él, como Amélie, y de repente a su edad; ha descubierto su objetivo en la vida: sonreír en La Sorpresa.
También te puede interesar
NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ussía siempre
Postdata
Rafael Padilla
Mi mochila
Manual de disidencia
Ignacio Martínez
Un empacho de Juanma