Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
MUCHO se ha escrito y hablado sobre la denominada 'teoría del salchichón' en política. Ya saben, aquella que sostiene que determinados grupos -especialmente los nacionalistas- van pidiendo al gobierno de turno cada cierto tiempo una loncha del embutido hasta que al final, sin darnos cuenta, nos encontramos con que sólo nos han dejado con la guita.
Lo recordó el pasado jueves en San Fernando el presidente de la Comisión Constitucional del Congreso, Alfonso Guerra, que repartió para todos, especialmente para los suyos, en una alocución lúcida y llena de jugo. No tiene nada que ver este Guerra con aquella imagen de los tiempos de la caña; ha pasado de ser 'Arfonzo' a don Alfonso y ahora sigue haciendo honor a su apellido pero sin tener que levantar la voz. Por ejemplo, recordaba cual Pepito Grillo que quienes tratan de ser los más progresistas del país (refiriéndose a Izquierda Unida) han sido los primeros en criticar las medidas adoptadas por el Gobierno de Zapatero (perdón por el lapsus, quise decir de Rubalcaba) contra los controladores aéreos, esos profesionales del descontrol que han venido aplicando sistemáticamente la mencionada 'teoría del salchichón' para ir arrancando, loncha a loncha, a los diferentes gobiernos los privilegios que ahora se les echan en cara. Bueno, en su caso comenzaron con el salchichón y, bolita a bolita, acabaron con la tarrina de huevas de esturión, o sea, de caviar.
Todo esto es bastante común hoy día en nuestra sociedad, la que ha criado a una generación que no conoce lo que es la palabra 'no' y apenas ha escuchado hablar de la palabra 'esfuerzo'. El problema es que ya no nos queda salchichón, que la guita se usó hace tiempo para encender la candela y que ahora, a lo sumo hay que pensar en la 'teoría de la mortadela', que es más económica. Pero ahora cortando las lonchas más despacio, repartiéndolas entre quienes verdaderamente la necesitan y mirando especialmente por el trozo que es público.
Decía Guerra en La Isla, en tono más realista que pesimista, que la generación actual es "menos propensa al consenso" que la que dio lugar a la Constitución de 1978, aquella en la que todo el mundo renunció a una parte de tarta para que pudiésemos comer todos. Esta misma semana se ha publicado el Barómetro del CIS que revela el escaso conocimiento de la Constitución que tenemos los españoles. Y algo peor, se ha presentado el informe PISA de educación que nos sigue situando a la cola de Europa. O sea, blanco y en botella: los españoles somos la leche.
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