La ciudad y los días

Carlos Colón

Resucita la peor intransigencia

EL pasado día 11 Almudena Grandes escribió en El País, a propósito de la Madre Maravillas y la persecución religiosa durante la Guerra Civil: "¿Imaginan el goce que sentiría al caer en manos de una patrulla de milicianos jóvenes, armados y -¡mmm!- sudorosos?".

El martes 25 Muñoz Molina le contestó en el mismo diario: "¿Estamos ante la repetición del viejo y querido chiste español sobre el disfrute de las monjas violadas? No hace falta imaginar lo que sintieron, en los meses atroces del principio de la guerra, millares de personas al caer en manos de pandillas de milicianos… (…) Basta consultar a historiadores fuera de toda sospecha o -ya que nos preocupa tanto la recuperación de la memoria- recuperar el testimonio de republicanos y socialistas sin tacha que vieron con horror los crímenes que se estaban cometiendo en Madrid... (…) Cuando leemos artículos como el suyo y como tantos otros que por un lado o por otro parecen empeñados en revivir las peores intransigencias de otros tiempos, algunas personas nos sentimos cada vez más extrañas en nuestro propio país".

A lo segundo, la respuesta de Muñoz Molina, nada cabe añadir. Sólo admirar su independencia y honestidad, cualidades demostradas a lo largo de su trayectoria como escritor que no rehuye el compromiso con lo inmediato a través de sus artículos.

A lo primero, el disparate de Almudena Grandes que resucita el peor y más zafio anticlericalismo hispánico, cabe añadir que se trata de una manifestación extrema y grosera de los demonios desatados por ese aprendiz de brujo llamado Rodríguez Zapatero.

Como el personaje de la balada de Goethe, el aprendiz Zapatero se ha creído con fuerzas para conjurar desde la política cuestiones que competen al rigor metodológico, la investigación documentada y la ponderación crítica de la Historia. Hace muchos años que se investiga, se enseña, se escribe y se publica sobre la II República, el golpe de estado, la guerra, la posguerra y la dictadura, intentando analizar críticamente lo sucedido entre 1931 y 1975. La ley de 1977 que facilitó la Transición en ningún momento supuso el olvido o impuso el silencio. Simplemente dejó la investigación del pasado en manos de los historiadores y la gestión del presente en las de los políticos.

Zapatero ha confundido los dos campos al ir mucho más lejos de la legítima y no discutida necesidad de dar digna sepultura a los restos de los asesinados. Ojalá que antes de que las cosas vayan más lejos, como en el final de la balada de Goethe, el aprendiz reconozca que los espíritus que ha invocado se le han ido de las manos y rectifique.

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