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Repliegue reflexivo

Sus propuestas, tan razonadas, tan bien escritas, no eliminarán a los tribunos del odio, pero sí se les podrá marginar

A veces, cuando alrededor todo es ruido y tantas voces estridentes aturden, tal vez sea aconsejable retirarse, alejarse del foco y contemplar lo que sucede desde una distante racionalidad. Así, se podrá regresar con unas ideas que no sean la repetición de lo mismo. Hay muchos ciudadanos que están en ese viraje, emprendiendo un "arte de la fuga" que los saque del ensordecedor dominio que ejercen los militantes del grito y del odio, situados siempre en primer plano, porque han encontrado en esta dedicación su razón de vida. No son más que unos cuantos miles, pero no hay, en este país, medio de escapar a su omnipresente vocerío. Algo parecido le sucedió, hace siglos, a Montaigne en Francia. Se implicó en la política, intentó mediar, pero consciente de la impotencia de sus actos, decidió replegarse, aislarse, en su castillo de Burdeos. Continuó pendiente de lo que ocurría fuera, aunque esta vez reflexionando críticamente desde los ventanales de su bien abastecida biblioteca. De aquel encierro, surgieron sus Ensayos, una de las obras que más han iluminado la cultura moderna. No olvidó quiénes eran sus adversarios, continuó desenmascarándolos, mas con otras armas: esta vez, formuladas con ideas y palabras. Como consecuencia, a través de los siglos, muchos ciudadanos del mundo, hastiados de los vociferantes que produce cada época, han encontrado en los Ensayos refugio para no sucumbir ante los profesionales de la exclusión y del odio.

Han pasado siglos, pero una actitud similar vuelve a repetirse, quizás respondiendo a una llamada, a un desasosiego colectivo que se extiende cada vez más por España. ¿Cómo pararse, cómo reconsiderar y analizar la vida que se lleva? ¿Cómo no ser absorbido por la vorágine política que rodea por doquier? José Ángel González Sainz se ha apartado, esta vez, de la espléndida senda construida con sus novelas, para plantearse, agobiado por este crítico momento, una serie de preguntas, primero a sí mismo, y, luego, como debió de sucederle también a Montaigne, dedujo que las respuestas encontradas, tras su repliegue reflexivo, también podían ser válidas a muchos otros españoles. Y recurriendo al mismo género ensayístico, grato al autor bordelés, acaba de publicar La vida pequeña. El arte de la fuga (Anagrama). No había libro más necesario. Sus propuestas, tan razonadas, tan bien escritas, no eliminarán a los tribunos del odio, pero sí se les podrá marginar mientras se construye, fuera de su alcance, un razonable refugio para pensar y vivir en España.

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