Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
FUE el jueves por la tarde cuando hablé por última vez con Antonio. Nieves me pasó la llamada y él me riñó porque no había puesto en el Diario que el padre Rafael, el cura de La Palma, se encontraba internado en el Puerta del Mar y que Mikel Elorza había comprado nuestro recordado bar Pedrín, punto de encuentro de muchos Jueves Santos para esperar al Señor de Cádiz. La única salida que se me ocurrió fue que me invitara a ver la cabalgata del domingo que viene desde su habitación 661 en el Hospital y después me dí cuenta que me estaba "utilizando" para que publicara algunos de los denominados "detalles" de su sección dominical La Plazuela de la Cruz, la Verdad y el Mentidero, que llevaba un tiempo sin escribir y que sin duda echaba de menos, porque no podía ejercer lo que más le gustaba, contar todo aquello de lo que se enteraba, lo que fue siempre su oficio. Sirvan a modo de ejemplo que Antonio fue el único que entrevistó a Antonio El Bailarín cuando lo detuvieron en Arcos y se las ingenió para hacerse pasar por el camarero que le llevaba el almuerzo para entrar en el Cuartelillo y el que una larga madrugada asumió una edición especial con motivo del incendio de la Residencia, la que recordaba Bernet el domingo. En la antigua Redacción de Ceballos hizo de todo, desde resúmenes de interminables teletipos con los acuerdos del Consejo de Ministros, con el apoyo de Pepe Buhigas, hasta entrevistas a Fletilla, sin olvidar la Semana Santa, lo que llevó a Francisco Montero Galvache a calificarle como "diestra pluma y pregonero en potencia de Cádiz". Seguro que si pongo que fue un maestro vuelve a reñirme, porque creerá que es una broma por su origen jerezano. Seguro que ya ha encontrado al ángel que anunció a María, al que aludió en el inicio de su pregón de la Semana Santa de Cádiz, la ciudad a la que tanto quiso, aunque fuera a su forma.
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