Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
CON los afectos no se puede. Y yo al Pérez le cogí cariño. En todos estos años me parece que él también me lo cogió a mí. No se crean que los repartía generosamente. En el Diario de entonces, el subdirector Pérez Sauci ejercía a los ojos de todos como un capitán con látigo, y no estoy seguro de que fuera la mejor forma de manejar aquella Redacción llena de individuos. Todos dábamos lo mejor de nosotros mismos, y siempre pensábamos que lo hacíamos a pesar de él. Siempre opuesto a la mayoría de nosotros, obvio es decirlo, sabía del periódico, de sus posibilidades, de sus dueños, de sus compromisos y de sus miedos mucho más que todos. Y lo vivía en sus carnes. Y si a muchos sus broncas les parecían duras, quizá no tantos sabían que las que él se llevaba desde más arriba eran inimaginables, y que su persona, supongo que a su pesar, servía de parapeto. De forma tal que cuando ese rapapolvo, injusto o no, llegaba al periodista, lo hacía en forma de tormenta desatada e intensa. Pero en su origen había sido lo que hoy llamaríamos una ciclogénesis explosiva.
Pero yo le cogí cariño, y con eso no se puede. No porque pensáramos igual en casi ningún aspecto de la vida. Será que todo no es pensamiento. Aún no sé cómo me salvé de sus broncas, el caso es que no recuerdo ninguna. Y fuera de la Redacción lo tengo presente como un hombre cálido y generoso, aparte de sumamente sarcástico y certero en sus comentarios desde luego no exentos de dureza. Misterios de la personalidad.
Muestra inequívoca de su talento periodístico y su conocimiento de Cádiz fue su gran invento: el Diario del Carnaval, con esa joya oportuna y ácida que es el Jurado Diario, martillo para la vanidad de los comparsistas, que se la juraron casi desde el principio. Tampoco en ese mundillo hizo amigos, pero hay miles de lectores y aficionados que tendrán que agradecérselo para siempre. Cuando me hice cargo por primera vez de esas páginas carnavalescas, demostró una gran confianza hacia el equipo, y volvió a hacer de escudo ante las reticencias de una parte de la empresa hacia los nuevos aires que le quisimos dar, y eso que no siempre él mismo estaba de acuerdo ¿Qué más podíamos esperar del Pérez?
En sus últimos años, se hizo acreedor del amor incondicional de una mujer como Nieves, y digo yo que eso bastaría para redimir a cualquiera.
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