Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Memorial

UNA columna de opinión sólo puede ocuparse a medias de un atentado terrorista. No es un hecho que deje margen para ninguna opinión ni el punto de vista personal -en que consiste este género- tiene mucho que añadir. Hay una indignación, que es colectiva, y un dolor, que es íntimo; y ya.

Luego se podrá discutir si Occidente está sabiendo combatir la plaga del terrorismo islamista, y hasta qué punto estamos distraídos y, lo que es peor, despistados. ¿Qué espacio ocupa el terrorismo en nuestros discursos políticos y en nuestros debates públicos? ¿Y en nuestras conversaciones privadas? Pero eso tendría que haber sido antes y tendrá que ser después: ahora es el momento del dolor y la solidaridad, de la unidad.

Una característica de las guerras antiguas era su concentración, esto es, que a diez kilómetros de una batalla la vida seguía con una aparente normalidad. El terrorismo posmoderno ha recuperado esa característica, que las grandes guerras del siglo XIX y, más aún, del XX habían borrado del mapa. Se extendió la guerra total, donde los países estaban movilizados, en tensión. El terrorismo, en cambio, golpea inesperadamente, pero no hay movilización social, ni se alteran, tras la conmoción, los hábitos cotidianos de la gente. Esto lo hace aún más pavoroso.

Nuestras sociedades parecen el agua estancada de un charco. Un golpe terrorista es una piedra que rompe brutalmente el cristal del agua, pero enseguida el charco vuelve a su estado anterior, con una piedra en su centro, como un monumento o memorial de un antiguo impacto, que no cambió nada. Este rapidísimo ir de la noticia desgarradora en todas las portadas a la vida amnésica y trivial de dentro de tres o cuatro días es una de las dinámicas más infernales del terrorismo posmoderno. La solución no es fácil, porque no habría que dejar que el terrorismo nos marcase el rumbo, pero no hacer nada es peor. Se dice que el objetivo del terrorismo es la extensión del miedo. Pero su más repugnante herida es, en realidad, el olvido y la irresponsabilidad, que nos vuelven indignos.

Por eso decía que el columnismo sólo puede ocuparse a medias del terrorismo: porque a medias puede. La columna de opinión no tiene aquí opinión, pero sí una columna que sostener enhiesta. Hay que recordar, hoy y sobre todo dentro de unas semanas, cuando volvamos a distraernos con tantos asuntos menores, que Europa está en una encrucijada gravísima.

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