Puente de Ureña

Rafael / Duarte

Libros para el día del libro

22 de abril 2014 - 01:00

LAS vacaciones son para la lectura, la reflexión, y esa paz interior que, gracias a la política, cada vez es más difícil de conseguir. Me llevo dos libros por delante, la Luz de Hoy, de Ángel Mendoza y Bulerías Nazis, de Montiel de Arnáiz.

¿Han visto ustedes el levitar dorado de la niebla, allende los pinares, donde las aguas quedan como viejos collares caídos entre los saladares y sapinas? Pues eso son los poemas de Mendoza, (a veces, pienso el despertar del día/ojos limpios ante un cristal cansado), y es cuando puedo mirar, conmovido, versos, penumbras, contraluces idílicos, en la difícil sencillez de Mendoza, poeta maduro y joven, clásico y renovado, como le gustaba decir a Claudio Rodríguez, a Jiménez Martos, cuando en Adonais, descubrían a algún poeta brillante, pero que luego vieron advenir la poesía light, descafeinada, casi sin figuras retóricas, prosa casi, con la que la igualdad de derechos/igualdad de personas/igualdad de poetas más minuto de gloria, consiguió la poesía más plana de la historia de la gaya ciencia. Sonetos, endecasílabos asonantados, sonetillos octosilábicos, romances, toda una estructura para complementar la sonoridad de sus versos, como he dicho, maduros, brillantes, con futuro. Abril tiene en los dedos una luna/ grande, como la luna de hace años, afortunadamente Ángel, pero que bien la eufonía sin encabalgamientos ni abrupteces, dejando sonar en el oído, además de su significado, el completo sabor de la palabra.

El otro libro es prosa, pero una prosa tallada, pensada, sostenida sobre el arte de escribir no ya bien, sino perfectamente. Con el ritmo adecuado a cada tema. Adjetivación minuciosa. Ecléctico ilustrado -permítanme la expresión-.

He disfrutado con las bulerías del cuento "nazido" en la Venta de Vargas, con Corazón azul, con el Manolo Blahnik, El arte de lo inútil, cortazariano y tan Montiel, la Casería, el Volumen Octavo.

Gozo. He visto que las palabras cuando encuentran talentos, consiguen su sentido. Vuelven a salir en las páginas brillantes y mojadas, como cuando nacieron. Coinciden ambos, Enrique y Ángel en que son escudriñadores, inquietos y en el fondo lectores necesitados de crear, y yo me entiendo, cuando la vulgaridad convirtió en sabana y en secano tanta literatura española.

Gracias a los dos he sentido cañonear emociones en el árbol viejo de mis arterias, que, casi hasta ahora, cuando leía tantos libros, creía que estaba en coma, cuando era inducido.

El cielo está, ahora, como la estricta bajamar, calmo y tenso por los conatos de levante, y los ramales de agua parecen en los caños, la rama impresionista de las viejas higueras. La Isla y el Puerto tienen un mismo paisaje y gran sensibilidad.

Ah, olvidaba decir que, tanto uno como otro, cada uno a su forma y en su contexto, exaltan y no renuncian a la tristeza, que, como tantas cosas, pasó a ser considerada, políticamente incorrecta, - nos quieren heridos y sonrientes-, y estos dos escritores de, pulso y púa, textos trabajados, fieles a sus sentimientos, me han donado estos dos libros que he leído, gozando frente a otras "bajamares de marisma canalla" con la mejor literatura.

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