Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Conspiración?
De poco un todo
NO voy a meterme en el chapapote, tan tentador, de juzgar si a algunos les ha escocido más la sentencia absolutoria del Prestige que los asquerosos efectos de la derogación de la doctrina Parot. Juzgar indignaciones es más imprudente incluso que juzgar intenciones, e igual de inútil. También me resisto, aunque a medias, pues aquí lo digo, a sospechar de aquellos que, con mando en plaza, dicen indignarse por la salida de los terroristas, pero no hacen nada para sacarlos de las instituciones o, al menos, de quicio. Parot pasó, pero el Estado tendría mecanismos para perseguir la impunidad que ha dejado su paso.
Cunde en muchos sectores de la sociedad, ya sea por un caso o por otro o por todos juntos, la amarga sensación de que la administración de la justicia deja que desear. Tanto cunde, que debería preocupar muchísimo a los responsables políticos, si lo fuesen (responsables, quiero decir; no políticos, que a veces es todo lo contrario).
Y, sin embargo, en este panorama desolador, hay aspectos esperanzadores. Frente al positivismo, que sostiene que es Derecho lo que diga el sistema, sin más disquisiciones; el profundo y extendido desacuerdo de la sociedad con las distintas sentencias demuestra hasta qué punto está inscrito en la gente el Derecho Natural, esto es, que hay cosas justas o injustas con independencia de lo que diga el Poder, que no es sólo el ejecutivo, ojo, sino también el legislativo y el judicial. Es una buena noticia, porque nada limita tanto al Poder (la separación de poderes es un límite muy limitado) como la existencia de un Derecho y una Justicia que estén por encima de él.
Además, un deseo tan extendido de un Derecho auténtico nos lleva a una pregunta más que política, teológica o, al menos, teleológica. ¿Nuestra sed de justicia no se colmará jamás? Uno piensa en tantos desalmados anónimos y, sobre todo, en los grandes criminales (Hitler, sin ir más lejos) a los que morirse eximió de pagar por sus delitos y se pregunta: ¿y ya? La idea de un Juicio Final o Universal se nos aparece entonces como la única respuesta realmente efectiva al ansia de justicia del corazón del hombre. Con todo, creer que habrá una justicia suprema, o que tendría que haberla, no nos exime ahora de ningún esfuerzo. Hay Justicias y justicias, claro está, pero el mismo afán por la absoluta nos obliga a hacer todo lo posible para que la relativa sea menos torpe.
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