EL ALAMBIQUE

Enrique / Bartolomé

Jándalos y chicucos

10 de marzo 2010 - 01:00

SI quisiésemos configurar el perfil de un portuense, sin duda, tendríamos que añadir a la coctelera de su fisionomía una porción de quesada y dos o tres sobaos pasiegos. No podemos entender la historia más reciente de nuestra ciudad sin que nuestra perspectiva contemple las montañas, casi azules, de Cantabria.

Y digo esto porque según los estudiosos de nuestra historia, a partir del siglo XVIII se hace notar en El Puerto una notable población venida del norte. Concretamente cántabros, que ávidos del comercio, un buen día decidieron atravesar de cabo a rabo la piel de toro y establecerse entre nosotros. Abrían tiendas de montañeses, mitad abacería mitad taberna. Allí, entre legumbres, aceites, vinos o aguardientes desgranaban lo mejor de si mismos.

Cada día estoy más convencido que como cada casa, cada esquina, cada plaza, hasta el más escondido rincón de un pueblo, conforman las piezas estructurales de la idiosincrasia de un lugar determinado; los seres humanos que conviven y se desarrollan en una determinada ciudad dibujan a la perfección los signos y el devenir de ese conglomerado de cosas, que hemos decidido denominar sociedad.

Ya jándalos, que eran así denominados los norteños que tras haber vivido en ciudades andaluzas, regresaban a sus tierras de origen y reproducían las maneras y costumbres de aquí. Ya chicucos, apelativo cariñoso que recibían como consecuencia de la menor edad con la que arribaban; los cántabros llegaron a formar una importante colonia en nuestra ciudad.

Puedo decir con orgullo que tengo sangre chicuca o montañesa o cántabra, da lo mismo. Mi abuelo, Eugenio López Díaz-Terán se montó en un tren con destino a El Puerto, con sólo billete de ida. Nunca más regresó a vivir al norte. Se trajo la niebla, un puñado de ilusiones y poco más. Aquí se instaló, echo sus raíces, creó una familia, trabajó y murió.

Cuando la lluvia asemeja nuestros campos a los del norte, los que en nuestro interior llevamos un cachito de La Montaña aún sentimos como si fuese ayer, el momento en que nuestros antepasados contemplaban en su horizonte aquellas verdes y apasionantes tierrucas bañadas por el Cantábrico.

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