La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez aguanta más que el teletexto
Entre el 7 de noviembre y el 22 de diciembre de 1872 se publicó La vuelta al mundo en 80 días por entregas en Le Temps. Cumple pues unos respetables 150 años durante los cuales no ha dejado de ser reeditada y llevada al teatro (su primera adaptación tuvo lugar en el Teatro de la Porte Saint Martin en 1874) y al cine (su primera versión fue la de Ralph Ince en 1914 y a ella siguieron una veintena de adaptaciones cinematográficas y televisivas entre 1919 y 2021 en imagen real o animación, como películas, telefilmes o series: algo tendrá).
Cuando Verne la publicó hacía una década que triunfaba de la mano del editor Pierre-Jules Hetzel con la serie de los Viajes extraordinarios iniciada en 1863 con Cinco semanas en globo dentro de la colección , maravillosamente editada e ilustrada, de la Biblioteca de Educación y Recreo a través de la que el editor quiso elevar el nivel educativo de los jóvenes lectores a la vez que divertir y entretener. ¡Y tanto que lo logró! Los libros de Verne nunca han dejado de estar entre los primeros que los niños y adolescentes leen haciéndoles amar, ya para siempre, la lectura. Los españoles, desde que el jerezano afincado en París Federico de la Vega hizo sus primeras traducciones editadas por el librero Alfonso Durán a partir de 1867. Nunca podré agradecerle suficientemente tantas tardes de lectura junto a la chimenea, puesta la radio bajita, mientras mi madre también leía o cosía. Por eso lo sigo leyendo con gratitud y placer y le dedico hoy este modesto homenaje.
Aunque mejor que yo, por supuesto, lo hace Fernando Savater. En Julio Verne, educador contó que, en 1893, a los 65 años de edad, Verne le confió a un periodista norteamericano: "El gran pesar de mi vida es que yo no cuento para la literatura francesa". Se refería, escribe Savater, "a la reiterada negativa que había recibido su candidatura a la Academia, reflejo del menosprecio que su obra merecía entre los mandarines de la crítica literaria de la época. Y probablemente también entre los de la nuestra...". Y concluye: "No sé si hubiera consolado a Verne saber que hoy muy pocas personas en Francia y ninguna fuera de Francia conocen los nombres de la inmensa mayoría de los académicos que por entonces contaban en la literatura oficial de su país. Nadie los recuerda, mientras que aún millones de lectores saben quiénes fueron el capitán Nemo o Phileas Fogg".
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