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DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Gripe porcina

YO, como don Quijote, salvando las distancias, vivo lo que leo. Eso, si uno evita una sobredosis de novelas de caballería, llena de emoción cualquier lectura, pero presenta inconvenientes, no se crean. Por ejemplo, cuando consulto el prospecto de una medicina empiezo a notarme enseguida todos los síntomas y las contraindicaciones. Claro que para contraindicación la propia: mi lectura comprehensiva hace reacción con mi hipocondría.

Así las cosas, imagínense mis temores ahora, cuando en los periódicos apenas se escribe de otra cosa que de la gripe porcina. Pobre Carla Bruni, quién se lo iba a decir, ella medio eclipsada por un virus mutante AH1N1. No somos nadie; y Carla, por lo menos, está saludable, eso no hay quien se lo niegue. En cambio, yo me veo muy desmejorado: en el espejo me asustan mis ojeras y noto un frío extraño por la espalda. No estornudo… todavía.

A todo esto el cerdo es, por lo visto, inocente. Defiende su honor el doctor Joaquín Goyache Goñi, decano de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid. Esta gripe, mal llamada porcina, no procede sólo del cerdo, se transmite de persona a persona y, en cualquier caso, sería el hombre el que podría transmitir esta variante del retrovirus a los cerdos, precisa Goyache. El consumo de carne de cerdo y de sus derivados es perfectamente seguro, primero por los controles sanitarios sobre ese buen animal y, segundo, porque o el calor o el frío matan al virus. Lo he oído con un gran alivio.

Mucho más importante que la buena fama del cerdo es que la enfermedad se controle. En México, el presidente Felipe Calderón asegura que disponen de los antirretrovirales necesarios. Bien. Con todo, allí han recomendado a la gente que se quede en su casa, y yo, aunque nuestra flamante ministra de Sanidad afirma que aquí todo está controlado, me aplico la medida. Más que por miedo a la pandemia, por amor a Pascal, que pensaba que los problemas de la humanidad derivan de la incapacidad del hombre de quedarse tranquilo en su cuarto. Me estoy en mi cuarto, sí, aunque tranquilo del todo, no. Aprovecharé la coyuntura para leer el Decamerón de Bocaccio. Debí haberlo leído antes, pero hasta ahora no encontré el momento.

Para acabar de consolarme, me dicen que la gripe porcina sólo está afectando a personas jóvenes y sanas. Vaya, hombre, gracias. Siendo así, será la única enfermedad a la que es inmune un hipocondriaco viejo. Pero enseguida me preocupo más, pensando en mi mujer, cada día más joven. Lo mejor de la hipocondría es que prácticamente siempre se demuestra infundada. Ojalá también esta vez, aquí y en México.

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