La ciudad y los días

Carlos / Colón

Gran Poder y Macarena (I)

28 de marzo 2013 - 01:00

ESCRIBIÓ el nada cofrade Unamuno: "Del choque entre la razón y el deseo nace la santa, la dulce, la salvadora incertidumbre, nuestro supremo consuelo". Hubo quien le criticó esta paradoja, afirmando que sólo se puede vivir seriamente desde la creencia firme o la increencia terminante, sin medias luces. La cuestión es muy importante para nosotros porque nuestra Semana Santa tiene más que ver con esa media luz de la dulce incertidumbre. La fe y el ateísmo sin fisuras supondrían el fin de la Semana Santa según Sevilla. Y harían menos salvadoras esas dos magistrales imágenes que para unos son refuerzo de su fe, para otros una emoción que abre una brecha en el muro de su ateísmo y para muchos el supremo consuelo de esa santa, dulce y salvadora incertidumbre que son el Señor del Gran Poder y la Esperanza Macarena.

El creyente firmemente convencido de su fe no precisa tan urgentemente de la mediación de las imágenes; y mucho menos de nuestra Semana Santa. Todo lo más serían un complemento para el creyente y una emoción ligada a la estética o al recuerdo para el ateo. No es poco. Pero resulta que para muchos las imágenes tal y como aquí se sienten -especialmente el Señor del Gran Poder y la Macarena- y la Semana Santa tal y como aquí se vive (o se vivía y se está desviviendo entre vulgaridades y cursilerías, grosería y neo-beatería: pero ésta es otra cuestión) son algo mucho más importante. Infinitamente más importante.

La asombrosa complejidad teológica del Señor del Gran Poder -tan magistralmente expuesta por Juan de Mesa que todos la comprenden- coincide con el concepto unamuniano de la fe como santa incertidumbre y supremo consuelo. En esta genial y conmovedora imagen -para mí la cumbre del arte cristiano occidental- dialogan la duda y la fe, la incertidumbre y la certidumbre, la increencia radical y la creencia sin fisuras, la lejanía y la proximidad de Dios, su abandono y su providencia, la pregunta por el absurdo del dolor del mundo y la respuesta que el Gran Poder le da, haciendo que todos, y los más sencillos los primeros, alcancen el privilegio otorgado a los místicos: "Este saber no sabiendo / es de tan alto poder / que los sabios arguyendo / jamás le pueden vencer". Mientras los devotos, con sus miradas, le responden con estos versos de Francis Thompson: "Espero el golpe de tu amor, inerme. / Pieza a pieza rompiste mi armadura. / De rodillas estoy…".

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