De poco un todo

Enrique García-Máiquez

Golfifobia

Tras nacionalizar bancos y petroleras y cerrar medios de comunicación, Hugo Chávez se abalanza a expropiar campos de golf. En tres años, ya se ha cargado siete, y dos más están en su punto de mira. El golf es, asegura, un deporte de burgueses, o sea, de vagos que van en carritos. Sus declaraciones no tienen desperdicio: pueden verse en Youtube.

A los venezolanos no les hará tanta gracia porque Chávez, entre show y show, va arruinando el país a marchas forzadas, no ya montado en un cochecito eléctrico, sino en un bólido. Esto del golf puede verse, por tanto, desde dos perspectivas: la chusca y la grave. Y, dentro de la grave, desde otras tres: la mala, la fea y la tonta. Lo malo de estas cosas es la deriva dictatorial. ¡Cuánto prohíben los libertadores! Sin ir más lejos, aquí, la ley de libertad religiosa va a prohibir los crucifijos y que llamemos Navidades a las Navidades, ea. Los instrumentos de un gobernante, le guste o no le guste el golf, no deberían ser los palos: ni la confiscación (hierros) ni la amenaza (maderas). Se dirá que cerrar unos campos de golf no afecta a demasiada gente, vale, pero la actitud del libertador queda retratada.

Y eso es lo feo: la actitud. Quizá el mayor mérito del golf sea que es un detector de resentidos. Se sospecha que el resentimiento es el sistema nervioso de la izquierda, y nos lo confirma ver a Chávez, hombre poco sutil, exhibiéndolo tan a las claras. En su caso, además, se vislumbra que no es sólo un resentimiento social, sino sobre todo estético y deportivo. Arremete contra el golf, pero hay fotos suyas (como las hay del Che y de Fidel) intentando torpemente practicarlo. Para jugar al golf hay que ser muy humilde. La bola se está quieta, el campo es un edén, nadie te presiona, tienes todo el tiempo del mundo para preparar tu golpe y, plaf, das un rabazo. En otros deportes, siempre puedes achacar tu derrota a la habilidad del contrario, pero en el golf no queda más remedio que reconocer la ineptitud propia. Y pedirle eso a un caudillo caribeño, es pedirle peras al olmo.

Lo tonto del resentimiento es que ciega. Si Chávez fuese maquiavélico (otra pera que no hay que pedirle a ese olmo) fomentaría más el golf entre sus odiados burgueses y les subvencionaría, incluso, los cochecitos eléctricos. El golf, como sabe cualquiera, es alucinógeno e imposible, obsesivo, ocupa el tiempo de los jugadores, y luego los humilla, volviéndolos apocados e inseguros. Un golfista no tiene tiempo ni cabeza ni orgullo para organizar una resistencia política consistente. Está demasiado preocupado por el estilo de su swing y por el pulso de su putt. Como les quite los palos y la bolita, el líder bolivariano se va encontrar de la noche a la mañana con una oposición más seria y concentrada. No me gustaría darle un consejo a Chávez, pero confiando en que no me leerá, lo diré a su modo: el golf es el opio del burgués.

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