La esquina del gordo

Paco / Carrillo

Gilipolleces

07 de mayo 2016 - 01:00

Según la Ley de Cajón para cometer gilipolleces hacen falta gilipollas; ergo, cuanto más gilipolleces abundan, mayor censo de gilipollas se contabilizan. Así nos va. Vaya por delante que con la gilipollez no pasa como con los talentos, que necesitan traspasar fronteras para ser reconocidos; quiero decir que un gilipollas de barriada puede ser más nocivo que uno autonómico, por poner un ejemplo, y en la mayoría de los casos, incluso más sangrantes por aquello de la proximidad.

Pero, bueno, hecha esta aclaración, encuadrar dentro del gilipollismo a ese restaurante nudista que se ha abierto en Londres, no creo que sea una crítica malévola sino una realidad evidente. Usted es muy libre de ir o no a ese local -cada uno tiene la sensibilidad que le despachan y que es capaz de asimilar-, pero presentarse allí, en pelotas por supuesto, ya es de gilipollas cum laude; tener que alternar con un señor con los colgajos al aire… Claro, se podrá decir: si está en ese lugar, también usted los tendrá haciéndoles campana. ¿Pero y si en la mesa de al lado se encuentra a una señora con una teta metida en la sopa y no se ha dado cuenta? Deprimente, como todas las soplapolleces.

Ante este supuesto caben varias alternativas: advertírselo a la señora con discreción, decírselo a su acompañante al oído, avisar al camarero para indicarle que la sopa está fría, o sacarle la teta del plato y escurrirla; claro que si uno está también en pelotas no creo que se tenga mucha capacidad de discernimiento para elegir la solución correcta.

En La Isla no se cometen gilipolleces porque no hay gilipollas censados. En La Isla solo hay ternura y sensibilidad. En un controvertido pleno municipal, se ha aprobado la erección de un monumento al perro. No se sabe aún si habrá de nombrarse una comisión ad hoc para dilucidar la raza del chucho; hasta en este Ayuntamiento saben las diferencias entre el pastor belga y el chiguagua. De cara a la opinión pública habría que llevar a cabo una encuesta para decidir si el fox-terrier goza de más simpatías que el Alaskan Malamute; igual que si, eclécticamente se rotula el monumento con un genérico Canis lupus familiaris. Peligrosa opción en la que tendrían que intervenir doctas personalidades en la materia. ¿Será por doctos en La Isla?

¿Y qué me dice de la elección del lugar donde asentar tan brillante como necesaria iniciativa? Otra comisión al canto. Otra oportunidad para que las asociaciones vecinales puedan ejercer sus funciones, en esta ocasión con toda razón. Por si sirve de orientación un servidor se inclina por la calle Real. De un tiempo a esta parte la calle Real lo soporta todo, desde charcos malolientes, baches ininterrumpidos, mala iluminación, obras perpetuas, semipeatonizaciones in pectore y la angustia permanente de si el tren pasará por fin. Todo ello debiera recogerse en un guión para dárselo a algún maestro del suspense. ¡Ay, si Alfred Hitchcock levantara la cabeza!

Hay que comprender -y disculpar- que semejante decisión se haga con carácter de urgencia; o sea, dentro de los diez próximos años. La Isla con tal de conseguir reclamos que atraigan al turismo es capaz de cualquier proyecto por peregrino que sea. Y esto, a pesar de todo, siempre es de agradecer.

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