tribuna libre

Antonio Miguel / Nogués Pedregal /

Estética costalera

26 de abril 2011 - 01:00

VAMOS a ver cómo lo digo para que no se moleste nadie y, al mismo tiempo, quede muy clarito: el constante ir y venir de costaleros por las procesiones de la Semana Santa en El Puerto es una vergüenza. No sé si me explico.

Para los que no me conozcan les diré que soy hermano de la Misericordia ('los Cerillitos') posiblemente incluso desde antes de nacer. Me 'metí debajo' en aquel tiempo en el que comenzaron las cuadrillas de hermanos-costaleros, cuando los pateros tenían nombres, hacíamos todo el recorrido de 'losa a losa', salíamos solo para re-colocarnos la faja, y las disputas cofrades se centraban en ver si la 'molía' era mejor que el 'costal', o si el 'paso' jerezano era más cómodo que el 'mecío' sevillano. Fui costalero durante diez u once años en la tercera trabajadera del costal izquierdo del Cristo de mi Hermandad, junto al 'Negro'. También fueron costaleros 'de' los Cerillitos mis dos hermanos, y dos de mis mejores amigos lo fueron 'del' Olivo y 'de' los Afligidos: quiero hacer notar que empleo la preposición 'de' (porque indica pertenencia y lealtad) y no 'en' tal hermandad (que indica provisionalidad). Algo parecido a lo que ocurre con los clubes de fútbol: somos socios 'de' un equipo (rara vez 'de' dos) casi toda la vida, mientras que los jugadores son eventuales que juegan 'en' uno pero bien podrían jugar 'en' otro.

Y hago esta precisión porque, a no ser que alguien sea un impenitente sin solución y/o pretenda redimir a todos los vecinos de su barriada, el esfuerzo que supone cargar durante toda una estación penitencial solo encuentra su pleno sentido religioso en la fidelidad a los titulares de una hermandad. Claro, si el propósito es otro que el religioso (por ejemplo, la ostentación y el alarde), entonces sí parece lógico cargar 'en' cuantos más pasos mejor y hacerse ver lo más posible.

No sé si la culpa es de tirios o de troyanos, pero que haya tantos costaleros deambulando (quizás debería haber escrito 'pavoneándose') por entre el cortejo cual afectados histriones perturbando el orden de las filas, y mostrando actitudes y comportamientos poco acordes con el momento, no beneficia para nada a la Semana Santa de El Puerto. Que esta práctica desaparezca de las calles es responsabilidad, en primer lugar, de la junta de gobierno de cada hermandad y, en último extremo, del Consejo Local de Hermandades y Cofradías que deben procurar el decoro de todos aquellos que forman los desfiles procesionales.

Aunque mi queja no es la del moralizador sino la del esteta. La Semana Santa es, además de un momento de recogimiento y fe para los creyentes, un placer estético para los menos creyentes y un deleite para los amantes del arte. Ciertamente es así: dejarte envolver por el incienso y orillarte por los cirios, disfrutar con el cimbreo de los varales acompasados por bambalinas y borlones, sumirte en la visualidad del tambor, embobarte con… ¡zas! de repente, un joven con una camiseta de tirantes cual Alfredo Landa en Matalascañas, y una molía encajá más abajo del entrecejo (¡señal inequívoca de que nunca ha cogido kilo alguno!), doblando las cervicales y mostrándole a todo el mundo la higiene de sus fosas nasales, entra en cuadro y rompe la línea de la composición de manera que ni el fotochó consigue arreglar el desaguisado. Intentas reconducir tu mirada pero ¡zas! otro joven con los mismos principios estéticos que el anterior aparece en tu campo visual. 'Se multiplican como los panes y los peces', piensas. Entonces, abortado definitivamente ese goce de los sentidos que es respirar una procesión, solo te queda ponerte filosófico, preguntarte si es posible combinar la plenitud estética y su ausencia, y bosquejar esta columna. Que así sea.

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