Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
En tránsito
El otro día me encontré una carta perdida en un cajón. Venía con su remite –un emblema de un viejo hotel– y un sello de un país que me costó identificar. Pero miré la fecha del matasellos y aquella carta era de hace 23 años. Si hacemos memoria, es difícil que hayamos recibido una carta o siquiera una postal en los últimos años. Todo el mundo te mando un mail o incluso un mensaje de whatsApp, pero es rarísimo que alguien te siga enviando una carta, ni siquiera en el caso de que se trate de una postal o de una felicitación de Navidad. Y cuando voy a Correos sólo veo gente que recoge certificados o que envía paquetes, pero apenas se ve a nadie metiendo una carta en un buzón. Recuerde, si tiene dos segundos, la última vez que vio a alguien echar una carta al buzón. Y ahora reflexione de nuevo y dígame dónde recuerda que haya un buzón. Y piense qué color tienen los buzones: ¿son rojos? ¿Amarillos? ¿Verdes? ¿Está seguro?
¿A qué viene todo esto? Pues a un motivo muy sencillo: el otro día leí –al fin– que un experto en educación decía que era un error gravísimo haber eliminado la escritura a mano de los trabajos escolares. Eso es algo que cualquier persona inteligente sabía sin necesidad de recurrir a un experto, pero cada vez es más difícil encontrarse con personajes inteligentes, o al menos que se atrevan a serlo con todas las consecuencias (uno de los fenómenos más inquietantes de nuestra época es el de las personas inteligentes que no se atreven a pensar por su cuenta y prefieren dejarse llevar por los prejuicios más extendidos). Bien, el caso es que la escritura a mano –como todo el mundo debería saber– mejora muchísimo la comprensión lectora y la coordinación motora. En cierto modo, nos hace más inteligentes y más habilidosos y más capaces de entender un texto complejo. Evidentemente, los pedagogos –los nuevos clérigos de nuestra época– han proscrito la escritura a mano por considerarla anticuada o inútil (o incluso reaccionaria: no hay nada que aterrorice más a un pedagogo que el adjetivo “reaccionario”). Y así vamos.
Es cierto que vivimos en la era digital y somos especímenes del Homo googlensis, así que pocas veces vamos a necesitar escribir a mano, pero no se trata de una necesidad sino de un recurso de aprendizaje que nos ayudaría desde niños a ser un poco más sutiles y más complejos de lo que ahora somos. No es poco.
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