De poco un todo

Enrique / García-Máiquez

Elogio del lince

"Huy, huy, lo que ha dicho la Iglesia Católica", se escandalizan los amantes del lince ibérico, que son legión. ¿Pero -se pregunta uno, también bastante amante (faltaría más) del lince-, qué ha proferido la Iglesia? Solamente ha pedido que se proteja a los cachorros de ser humano igual que a los del feliz felino. O como a los huevos del buitre negro o a la víbora áspid.

Los obispos, si no les sobrase la caridad que me falta a mí, podrían suspirar con Paul Morand: "¡Qué brutos son nuestros lectores!". Eso yo jamás lo diría de los míos, no por sobra de caridad, evidentemente, ni por falta de lectores, gracias a Dios, sino por escasez de motivos: ustedes entienden muy bien mis sencillos artículos, y me ven venir de lejos. Otra cosa es que los compartan, claro. De la campaña de la Iglesia lo que, por lo visto, algunos no han entendido es que no contrapone la protección al hermano lince con la protección al nasciturus. Lo pro-vida no quita lo ecológico.

Si nos remitimos al texto, la protección del lince le parece, de hecho, un modelo a seguir. Un modelo tan modélico (y perdónenme la insistencia pedagógica) como para aplicarlo a la protección del ser humano. Yo, por mi cuenta y riesgo, diría más: el fomento de la natalidad del lince y el apoyo a sus camadas numerosas podrían trasladarlo a los humanos. Quisiera aprovechar para felicitar de corazón a la lince Saliega por su reciente y tan celebrado parto de tres cachorros, que sumados a los anteriores, hacen ya una familia de trece crías.

Y aprovechando mi -ojalá que pasajera- falta de caridad, deslizaré una sospecha. No es que el público sea bruto, sino que la mala conciencia interfiere con la buena lógica, como siempre. A nuestra sociedad acaban de ponerle un dedo en la llaga, y eso molesta. Es ella la que ve contradicciones entre la protección al Medio Ambiente y al ser humano. No hay que escarbar mucho en el imaginario colectivo para encontrar una compacta amalgama de maltusianismo y de ecologismo radical que considera al hombre como un peligro para la biosfera. El biólogo que ha salido hablando de superpoblación humana ha sido, por tanto, la voz de su tiempo. Se piensa en especies, y, como la humana no corre peligro de extinción, se concluye que no hay por qué protegerla. El biólogo tal vez ignora que el valor de cada ser humano es personal e intransferible.

También critican la campaña porque ha puesto en los carteles la foto de un niño crecidito en vez de un feto de tres o cuatro meses, que son los que se suelen eliminar. Los prestigiosos científicos firmantes del Manifiesto de Madrid, sin embargo, están con la Iglesia: un embrión y un niño son lo mismo genéticamente. En realidad, la Iglesia sólo ha ampliado la fotografía: la ha ampliado de tamaño y de tiempo. Por desgracia, hace falta, porque a los fetos humanos así, tan pequeñitos como son, y tan indefensos, casi nadie los ve.

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