De poco un todo

enrique / garcía / mÁiquez /

Elogio del enemigo

TENER enemigos es una bendición, siquiera sea porque es presupuesto sine qua non para cumplir el mandato de amarlos. El agudo Jacinto Choza ha apuntado que, además, hay que amarlos por agradecimiento: nos ayudan a delimitarnos y a concretarnos.

No creo que Mariano Rajoy esté pensando nada tan gratificante tras la materialización del desafío del nacionalismo catalán. Lo supongo quejoso de la falta de oportunidad de Artur Mas, ahora que la economía (la macro, al menos) daba algún respiro. Incómodo, muy incómodo. Sabe que ha roto a llover y que caen chuzos de punta. Y estará deseando que escampe. Como sea. Como siempre. Somos nosotros los que pensamos que son los enemigos, o contrincantes políticos, para no herir ninguna susceptibilidad, aunque ellos sí se consideran -recuerden "Cataluña contra España"- enemigos, que son ellos, digo, una oportunidad de oro.

Se veía venir que la evolución autonómica terminaba en explosión atómica. El sistema no auguraba nada bueno desde el principio ni en lo económico ni en lo nacional. Los, llamémosles, responsables políticos han ido apostando, sin embargo, por la profunda, la interesante, la ensayada, la provechosa mirada a otro lado. Nadie ha querido reflexionar en serio y reformar a fondo la estructura administrativa del Estado, y todos han preferido parchear, según el principio político de "A río revuelto ganancia de pescadores". Más poder local, donde les tocase a unos o a otros, y un puñado de votos nacionalistas siempre prestos a apoyar a los unos contra los otros.

Y así habríamos seguido, conforme a otro principio de aquí: "Y el que venga detrás, que arree". Por suerte, el nacionalismo catalán (al que a efectos meramente expositivos me he permitido llamar "enemigo", más que nada para subrayar nuestro deber de amarlo, y para evocar a Carl Schmit), ha decidido poner a nuestra clase política nacional en un aprieto gordo, y ha envidado a la grande. Comparado, lo de Ibarretxe era a la txica.

Lo cual, a los que amamos a España, no puede más que llenarnos de esperanza. Ya es, ¡por fin!, imprescindible coger por lo cuernos el problema, demostrando que la democracia española tiene el nervio, el músculo y la materia gris de lidiar con este astado que ella ha criado en las dehesas de señoritos sobrevenidos de su indolencia. La tentación del Gobierno ahora será sacar a los mansos y la suerte es que el morlaco no está por la labor.

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