Yo te digo mi verdad
Manuel Muñoz Fossati
Vuelve el cristianismo
NO voy a dar nombres -de momento- porque hay una denuncia en curso, pero sí voy a dejar pistas sobre el acoso que viene sufriendo desde hace un tiempo un deportista, en concreto regatista, por parte de algunos de sus compañeros y lo que es más grave, por parte de su entrenador. Como suele ocurrir en estos casos, se trata de un chico joven más sensible de lo que Dios manda para ser un machote y mantenerse a salvo.
Esto que podría ser una cualidad es la excusa perfecta para que esta persona sea una presa fácil y lo humillen, lo ninguneen y ya por último -porque estos bichos nunca tienen bastante- lo agredan. Espero que el proceso que se ha iniciado no pare hasta conseguir, como mínimo, que ningún otro chico vuelva a estar bajo la tutela de este impresentable que tampoco roza la treintena.
Hoy en día el acoso es tan normal que hasta utilizamos otros palabros como bullying o mobbing para darle un toque más moderno, pero ha ocurrido siempre. Para mí, la raíz del problema está en las cabezas en las que anida la intolerancia, que es, entre otras, la causa de que se sigan rechazando públicamente a determinadas personas o formas de vida. No sé quién decidió quién o qué formaba parte de la lista de lo que Dios manda, pero lo que sí sé es el daño que sufren algunas personas por el hecho de no ser o no llevar una vida según los cánones establecidos.
No creo que el acoso tenga que ver con una enfermedad mental pero sí es una enfermedad de la mente, asentada por los siglos que nos vienen diciendo lo que está bien y lo que no. El problema es que a algunos ni siquiera les basta con criticar, los hay que no cejan hasta exponer a la persona y hacerla sentir desdichada, y las consecuencias pueden ser irreversibles.
Quizás no hace falta ser tan radicales pero el origen a tanta frustración y sus consecuencias es el que es. Diariamente nos recuerdan cual es el modelo adecuado y los pasos que debemos dar para llevar una vida comoDios manda. Y en el camino, un rastro de decepción que en algunos casos se convierte en un arma letal contra uno mismo y los demás.
Por eso creo que hay que empezar desde muy atrás y tomar conciencia de lo peligroso de sentar cátedra con según qué cosa. No sé si es lo que Dios manda o no, ni me importa, pero yo les propondría Vivir y dejar Vivir.
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