De poco un todo

Enrique García-Maíquez

Cincuenta libros

ESTE verano un conocido me pidió la lista de los mejores libros del mundo. Yo acababa de decir que un buen ritmo de lecturas era un libro a la semana, entendiendo que uno extenso, digamos el Quijote, se compensa con otro más breve, como las Coplas a la muerte de su padre. Él quería cincuenta títulos. Como el año tiene 52 semanas, reservándose dos, una para la gripe A y otra para la astenia primaveral, en un año, se pondría al día de la literatura universal. Yo, sorprendido y encantado por ver un afán tan raro en los tiempos que corren, me dispuse a hacerle la lista.

Enseguida me asaltaron los interrogantes. El primero, la Biblia ¿es un libro o setenta y tres? El segundo, Homero, sí, pero ¿la Ilíada o la Odisea? El tercero, ¿Esquilo, Sófocles o Eurípides? El cuarto, ¿Virgilio, Horacio, Ovidio o Propercio? Y así fui tambaleándome entre dudas crecientes. ¿Hasta qué punto el hecho de ser españoles modifica la lista? Quevedo, un valor indiscutible de nuestra literatura, ¿lo es de la universal o es el homólogo castellano de Donne? Resultaba todo tan difícil que sólo ahora he conseguido terminar el sudoku bibliográfico, pero con tal cantidad de incertidumbres acumuladas, que lo he roto.

Seguro que alguno me replica: "Claro, porque has visto que ninguno de tus libros entraba en el top 50". Un poco, pero no por mis libros, ojo, sino por todos los escritores medianos y menores. Y más que por conciencia de clase, por mi experiencia agradecida de lector. Las grandes obras son la fachada del edificio de la cultura y sus columnas de mármol, pero también hay jardincillos interiores, galerías, cuartos de juego… Y luego sin cemento todo se viene abajo. Cemento son las obras secundarias, las de crítica. Leer El Rey Lear, uno de los imprescindibles, sin la interpretación de Joseph Pearce en Shakespeare: una investigación es perderse unas cuantas claves esenciales.

Y hay una cuestión previa, de concepto, que lapidariamente zanjó Nicolás Gómez Dávila: "El libro no educa al que lo lee con el fin de educarse". Una lista obligatoria, con la presión de leer a un ritmo de ejemplar por semana y sin apenas literatura actual, que nos enseña a ver la tradición con los ojos de hoy, convertiría la lectura en una obligación y la alejaría de lo que es: un placer.

Más importante que la cultura es el cultivo, insistía Juan Ramón Jiménez. Y para el cultivo lo fundamental es estar bien dispuesto, sensibilizado. Mi conocido lo estaba, y contra viento y marea, frente a un mundo que desconfía de las grandes obras, esa antigualla reaccionaria. Todo lo demás vendría a su debido tiempo. Seguro que esperando mi lista, él ya habrá empezado a leer por su cuenta y a dejar que un libro le lleve a otro, fiándose de las afinidades electivas y de las admiraciones de sus autores preferidos. La literatura es una labor infinita en la que todos estamos siempre empezando, por suerte.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios