Opinión

Enrique / P. García / Agulló

Cataluña, de doña Petronila a Javier de Burgos

30 de septiembre 2013 - 01:00

UNA vez caído el Imperio Romano y superados los reinos de esa infinita lista de reyes godos que tanto trabajo nos costaba memorizar, tras el comienzo de la reconquista frente a la invasión musulmana, en los territorios cristianos que se iban ganando surgió una forma de gobierno basada en el vasallaje feudal de donde se perfilarían los nuevos reinos, condados o señoríos.

Conviene recordar la presencia en el nordeste peninsular de la llamada Marca Hispánica que comprendía distintos condados catalanes y de los que bien pronto se mostró como el más importante, quizás, el de Barcelona, sometidos a la monarquía carolingia hasta que, a finales del siglo X, el Conde Borrell II se negó a prestar juramento a los franceses.

Por aquellos tiempos la Península Ibérica se encontraba dividida en pequeños territorios bajo el poder de su conde o de su rey, fuera éste cristiano o musulmán, y es ya en el siglo XII, Aragón gobernado por su rey Ramiro, cuando nació la Princesa Petronila, su hija y heredera quien, alcanzada la edad prevista en las leyes canónicas, se casó en 1137 con el Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV con lo que, a partir de ese matrimonio, la que sería por derecho propio Reina de Aragón se convirtió también en Condesa de Barcelona por su matrimonio.

Ramón Berenguer IV fallece en 1162 y todos sus territorios pasaron a manos de su viuda la Reina Petronila de Aragón, como todos los reinos pasaban por herencia o conquista con el estricto mandato a sus herederos de mantenerlos y acrecentarlos hasta que por las Cortes de Cádiz, precisamente, se desbaratara tamaño desatino.

Del matrimonio de Dª Petronila con el Conde Ramón Berenguer nació el Infante Alfonso, posteriormente Rey Alfonso II de Aragón, heredó de su madre el Reino de Aragón y el Condado de Barcelona que pasó así a formar parte de la Corona de Aragón desde el 18 de julio de 1164 hasta que la Reina Juana de Castilla lo recibiera de su padre, Fernando El Católico, anexionándose definitivamente por tanto a la Corona de Castilla.

Juana I unió todos los reinos españoles y, en manos de su hijo Carlos de Austria, I de España y V de Alemania, como de los demás reyes que hasta Fernando VII le sucedieron, quedó ya consolidada España en sus viejos reinos y en los de los nuevos territorios de Ultramar hasta que la Constitución de 1812 proclamara que "la Nación Española no era ni podría ser propiedad de persona o familia alguna".

Y por lo acordado, precisamente, en el artículo 10 de tan venerable Código, muy pocos años después, en 1833, por el secretario de Fomento Javier de Burgos, se diseñó para España un nuevo ordenamiento territorial de las que, las cuatro provincias de dicho nordeste peninsular, Lérida, Gerona, Barcelona y Tarragona, conformarían la región catalana.

Esto es así quieran o no Arturo Mas y sus compinches, porque el territorio catalán se incorporó a la Corona de Aragón en el siglo XII convirtiéndose por ello sus pobladores, primero, en súbditos de la Corona de Aragón y, casi tres siglos después, de la Reina Juana I de Castilla y Aragón así como, incorporado pocos años después el Reino de Navarra, de los Reyes de España, Austrias y Borbones, esto es, trescientos años antes, prácticamente, de cuando se unieron a esa España única muchos andaluces que hasta finales del siglo XV, estuvieron gobernados por los reyes nazaríes.

Y es que la contienda que una vez más enfrentara a los españoles en aquel aciago año de 1714, durante esa Guerra de Sucesión que tanto les gusta cacarear, no fue otra más de las ocasiones en las que, dos personas o familias, Austrias y Borbones, para nuestro infortunio volvieron a disputarse el territorio de las Españas como hasta entonces siempre había sido y seguiría siendo hasta el 19 de marzo de 1812 en Cádiz.

Y eso, señor Mas, pese al grupo mayoritariamente conservador que representaba a Cataluña en las Cortes de Cádiz, es lo que triunfó en la Constitución de 1812, la Constitución de las libertades, y se culminó en 1833 con el nuevo ordenamiento territorial auspiciado por Javier de Burgos que es el que, tras leves correcciones, ha llegado con igual diseño hasta 1978 con la Constitución de las Autonomías.

Lo demás, con perdón, me parece que puedan ser pamplinas de la Plaza Mina.

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