El Carnaval de Cádiz y La Isla en 1812

19 de marzo 2014 - 01:00

ALEXANDER R. Dallas, oficial de suministros del ejército de Wellington durante las guerras napoleónicas en España, fue testigo directo de los acontecimientos que vivió la bahía de Cádiz durante el sitio y de las consecuencias del asedio para los habitantes de la ciudad.

Pese al bloqueo del ejército francés hubo tiempo y ganas de celebrar el carnaval utilizando el humor como la mejor terapia para poder resistir a un enemigo tan potente que atosigaba con sus cañones las defensas de la ciudad. Dallas nos describe en su obra autobiográfica Felix Alvarez; or Manners in Spain, con precisión periodística cómo la población participaba activamente en una fiesta muy arraigada ya desde hacía años. Constituye su relato la crónica más completa y desconocida hasta ahora del carnaval de 1812. La descripción es tan detallada que merece ser reproducida literalmente para poder valorar mejor la información aportada.

"Las ideas alegres por el próximo carnaval poco a poco tomaron el lugar de la desconfianza que le había impedido gozar las diversiones de navidad.

Previamente, sin embargo, al carnaval, algunos proyectiles arrojados por los franceses habían alcanzado tan lejos como a los glacis de la ciudad. Esto suscitó la alarma entre las ancianas de la ciudad que creían que la ciudad no se salvaría de estas destructivas visitas; una alarma que podía estar bien fundada no escapó al ridículo de aparecer en el momento que se merece…"

"La Isla de León es una magnífica gran ciudad. Está situada cerca de la Carraca, uno de los principales depósitos y arsenales de España, continuaba siendo la residencia de gran número de oficiales navales y era tan tranquila, aunque el abandono y ruina de la armada había traído consigo la pobreza sobre ellos. Sin embargo, aunque muchos de ellos estaban reducidos a un estado de deplorable miseria, que esa resistencia de carácter espiritual, sedienta de placer, era ininfluenciable e indisminuible; y el carnaval de 1812 fue celebrado con mayor energía por estas arruinadas familias de los primeros oficiales acomodados en la marina, que incluso en Cádiz, donde la continuación del prolongado asedio empezaba a proyectar un aislante sobre las mentes de la gente… "

"…El tiempo de carnaval llegó, y el bando del Gobernador, o proclama, fue publicado prohibiendo el uso de las máscaras durante aquel de manera continua, conforme a las acertadas disposiciones de una antigua ley para prevenir los disturbios. Pero, para comprobar que la ley era olvidada excepto en esta forma, el Gobernador al mismo tiempo traslada la información a todos sus amigos que los salones de sus casas podrían abrirse para la admisión de máscaras cada noche mientras el carnaval durase. Ni eran sus ciudadanos compañeros más escrupulosos que él mismo pero ellos no sólo aceptaron su invitación sino que olvidaron su ejemplo. Cada casa respetable abrió para recibir a los grupos de máscaras que llegaban continuamente. Grupos de 20 o 30 disfrazados de la misma manera con disfraces divertidos, recorrían de casa en casa, donde todos ellos eran conocidos, o gustaban de encontrarse a sus amistades, ejecutando en cada caso bailes con curiosas figuras que ellos habían ensayado. Cada grupo era siempre precedido por un bastonero, o maestro de ceremonias, quien, aunque fingía un disfraz divertido iba sin máscara, y era considerado responsable de la conducta decente de su grupo. Casi desde el momento que el sol se ponía hasta que volvía a amanecer, constantes grupos de esta clase eran vistos por todas partes en la ciudad. Algunos disfrazados a la manera de un grupo de indios; otros, vestidos de una compañía de pastores; y la gran variedad de figuras formadas por un inagotable manantial de diversión. Los tipos individuales no eran menos numerosos, y eran más variados, y, cuando aparecían en cada casa abierta para su recepción, ellos se mezclaban en feliz confusión; algunas veces bailaban danzas o valtces de forma irregular en cada parte de la habitación, y ejercitaban sus otros movimientos ingeniosos con la conversación.

Los oficiales ingleses no sólo tomaban parte en esos universales ingredientes y mascaradas, pero muchas de ellas sobreactuando sus partes, y yendo más allá de los límites que incluso los españoles habían tenido en sus búsquedas de diversión. Estas mascaradas, aunque ellas duraban toda la noche, estaban limitadas durante la noche; pero en una ocasión los oficiales ingleses se permitieron la vena de humor que la estación excitaba para disfrazarse ellos mismos en formas fantásticas, y paseándose por toda la ciudad cabalgando al mediodía. Ellos reían y se divertían; los españoles reían también, pero más que por los actores o por la farsa, por estos ingeniosos extranjeros que olvidando que incluso una caricatura de un habitante de Yorshire no puede dejar de causar alborozo en los espectadores ingleses, sin embargo, muy pocos de los habitantes de la Isla de León eran conscientes que había un lugar como Yorkshire en el mundo. Este variopinto grupo contenía a un hombre de Yorkshire, el sastre que va a Brentford, una cura gordo, Puch y Judy, etc.

Por separado muchas figuras de los oficiales británicos eran más felices en su escogido personaje, y los adaptaba a sus ideas de la nación y ellos buscaban la diversión divirtiéndose. Pero durante el carnaval había otro grupo de la misma nación con cierto engreimiento, aunque la imitación de los agentes de aduanas de España, merecía más censura que la que podía contrapesar. Un grupo de ellos, que quizás habían sido demasiado indulgentes en el libre consumo de vino, se vistieron exactamente con el disfraz de las personas que forman la procesión que acompaña la Hostia cuando es tomada desde el santuario para ser administrada a las personas moribundas. Esta procesión simulada salió a última hora de la tarde, y bien representados a la no sospechosa población donde quiera que desfilaban. Todo el mundo pagaba su adoración a él. Como si realmente representara el Santísimo Sacramento, arrodillándose donde quiera se lo encontraban; los centinelas presentaban armas; los guardas iban bien vestidos. Ellos quizás deberían haber procedido a no descubrir a algunos de los actores de esta irreverente procesión que había sido presa del terror, no sea que, al acercarse a un lugar donde una multitud se había reunido, ellos podían ser descubiertos. Una confusión se creó entre ellos y ya la mayor parte de la gente que componía la muchedumbre se habían arrodillado para hacer honor a la procesión, cuando con gran asombro se dispersaron; el sacerdote, los asistentes y coristas, cada uno corriendo por un camino diferente. La separación del grupo fue la salvación de todo el conjunto. La persecución se dividió, y en la oscuridad, por un medio u otro, cada uno se escapó; pero una representación se preparó a la mañana siguiente al general inglés quien muy severamente reprendió la actuación de esta sacrílega mascarada."

El Domingo de Piñata era una festividad carnavalesca que gozaba de gran tradición entre los gaditanos, como puede comprobarse en la minuciosa descripción que nos ofrece Dallas sin descuidar el menor detalle:

"Los alegres días de carnaval se aproximaban. El tiempo había gastado su vestimenta sombría de Cuaresma durante toda una semana; el regocijo había sido espantado por ello, y habían abandonado sus residencias favoritas, Cádiz y La Isla, pero los afligidos gaditanos leales a sus ceremonias religiosas: felices de tener algún pretexto para reanudar la convivencia y la diversión del carnaval, y desacostumbrado de la vuelta del domingo, sin la reanudación de las diversiones, los habitantes de Cádiz dedican el primer Domingo de Cuaresma a la ceremonia de romper la olla, que ya no es utilizada en la preparación de las comidas de animales. Esta fiesta, robada de los días de ayuno, está cristianizada en Cádiz, Domingo de la Piñata. Todas las tertulias reunidas en sus grandes grupos, cubrían con las sonrisas que han sido laicas durante la semana anterior. Una gran vasija de barro, u olla, es suspendida desde el techo, y será rota cuando se dé la señal.

Cada persona en la tertulia está con los ojos vendados por turnos; y armada con un palo, se le permite caminar desde un lado a otro de la habitación procurando en su recorrido romper la inútil Piñata; pero tan frágil como desconcertada de su situación en la habitación, turnándose la giran tres o cuatro veces antes de comenzar el ataque, el arma a menudo se entrega más de una vez alrededor de los invitados, antes de que se emplee satisfactoriamente. El golpe que tiene éxito en romper la olla produce una ducha de su contenido sobre el afortunado artillero.

Éste generalmente consiste en una gran cantidad de dulces diferentes envueltos en papeles coloreados, y para el cual hay una lucha general entre los transeúntes. Algunas veces, sin embargo, un número de pájaros son puestos entre su contenido, lo que añade confusión y diversión, por el vuelo alrededor de la habitación cuando ellos obtienen su libertad; y no es poco común que un gato sea encerrado en la frágil olla, cuyas garras son las primeras en anunciar su éxito al terrible destructor."

Estos párrafos constituyen una información inédita hasta ahora y muy valiosa para conocer por fuentes protagonistas cómo era el carnaval de Cádiz y La Isla, sus características y arraigo en 1812, en unos momentos históricos cruciales de nuestra historia.

stats