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Capillita de otros tiempos

No ha escrito ni el 10% de lo que sabía. José Luis Ruiz Nieto-Guerrero fue un gran erudito de las cofradías

Con la muerte de José Luis Ruiz Nieto-Guerrero, se ha quedado Cádiz sin su último gran capillita de otros tiempos. Me refiero a tiempos en los que ser capillita no era lo mismo que ser cofrade, sino algo más, como la pertenencia a una orden (religiosa, por supuesto), que mantenía a duras penas una Semana Santa diferente de la actual. Como sabemos los que le conocíamos (y como destacó ayer Pablo M. Durio), José Luis era un hombre ajeno a las pompas y las vanidades del mundo cofrade. Nunca buscó cargos, ni el relumbrón. Al dolor de su muerte, se une la tristeza de que se ha llevado muchos secretos. Nunca escribió el gran libro de la Semana Santa de Cádiz que todos esperábamos y que sólo él podía dejar como herencia.

Quizá por su forma de ser, no ha escrito ni el 10% de lo que sabía. José Luis Ruiz fue un gran erudito de las cofradías. No sólo por lo que investigó, sino por lo que vivió. Conocía a fondo las Semanas Santas de Andalucía y gran parte del mundo, pero sobre todo las de Sevilla (donde estudió) y Cádiz (donde trabajó y vivió). Se le veía aquí y allí. En sus últimos años, no era raro que el Lunes Santo, antes de ver sus cofradías de La Palma y Vera Cruz, acudiera a San Fernando, o que el día siguiente viajara a Jerez. Nunca faltaba a la Madrugada sevillana, ni se perdía a su Esperanza de Triana. Porque nunca tuvo complejos en esas divisiones chuscas de Sevilla o Cádiz, sino que las compartía, como experto en ambas Semanas Santas.

José Luis Ruiz Nieto-Guerrero estuvo en mil historias. Por ejemplo, fue él quien llamó en 1972 a Luis Álvarez Duarte para que restaurara "en secreto" a la Virgen de las Penas, de La Palma, con el consentimiento de Ángel Gutiérrez de la Mora. Había sido restaurada (y retocada) dos años antes por Francisco Buiza, pero no gustó la forma en que le quedaron las cejas. Alguien cercano a La Palma la repintó, unos meses después, y la dejaron peor de lo que estaba. José Luis, que siempre fue muy amigo de Álvarez Duarte, le pidió que la restaurase. El imaginero se limitó a resaltarle la mirada con una pátina, así como adaptarle pestañas, y le quitó un brillo raro de los labios. Todo quedó en secreto, hasta varios años después.

Como esa historia, vivió muchas. Escribió artículos desde joven en la vieja revista Estandarte, en el Diario, en muchas publicaciones... Pero se ha llevado consigo las llaves de otro tiempo. Era un capillita irrepetible. A pesar de no escribir todo lo que sabía, fue el maestro de una generación. Lástima de que él mismo no se diera más brillo. Pero así era, así vivió y así murió.

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