la esquina del gordo

Paco / Carrillo /

Caiga quien caiga

28 de mayo 2012 - 01:00

"UN político sensato se conformará con defender sus ideas, su partido y conseguir para sus ciudadanos el mayor grado posible de libertad, justicia, paz y bienestar". Palabra que lo acabo de leer y no sé si es un mandamiento o una ironía. Malo es que los conceptos necesiten de adjetivos para clarificarlos. Por esta misma razón, el arte de escribir debe estar libre de pleonasmos; es decir, de repetir lo obvio, por ejemplo, nieve blanca, accidente fortuito, bajar abajo, y un larguísimo etcétera donde podría incluirse político honrado que, o se sobrentiende, o no es (no debe ser) político.

Sin embargo, a fuerza del desgaste que sufren los conceptos -quizá por usarse indebidamente- es necesaria ciertas puntualizaciones; también son necesarias cuando se leen frases como la escrita más arriba, a pesar de todo, bastante ambigua. Vayamos por partes empezando por ese "defender sus ideas" ¿Cuáles? Porque no todas las ideas son defendibles. Cualquier señor o señora es libre de tener ideas totalitarias, otra cosa es que esas ideas sean defendibles y que por carambolas sucesivas terminen por imponerse a pesar de que el totalitarismo siempre se ejerce contra alguien.

Si, además, para conseguir la ejecución de "esas" ideas, se necesita de un partido, malo, los partidos sólo necesitan financiación aunque sus ideas parezcan, en principio, redentoras. De no ser así Hitler jamás habría podido llegar a amenazar a más de media Europa. Hitler, con las bendiciones y el silencio de las democracias mientras éstas creían beneficiarse, alcanzó el poder para imponer sus ideas, con un partido, naturalmente: el nazi. Descartemos, pues, que las ideas necesitan de partidos a no ser que aquéllas tiendan a conseguir "el mayor grado posible de libertad, justicia, paz y bienestar". ¡Claro, no faltaba más! ¿Quién afirma que este arranque no sea sólo el celofán necesario para envolver sabe Dios qué regalos? Si no existiera esa duda quedarían abolidos todos los pactos contra natura y, por supuesto, los partidos insignificantes con vocación de que sus promotores encuentren su lugar en el sol y, por ello, se conviertan en extorsionadores aprovechando las circunstancias.

¿Es que no existe en todo esto ninguna verdad? No se trata de hacer de Ariadna. Ni el que escribe sea Teseo. Ni estamos en el laberinto -aunque a veces se dude-, sino ante una situación que el tiempo y las medias verdades han ido viciando los conceptos hasta el punto de que ha sido ¿necesario? inventarse una adjetivación que, la mayoría de las veces, no sirve para aclarar sino para perpetuar las mentiras.

Lo que no debe dudarse es de la multitud de personas honradas que se dedican a la política, concebida ésta como medio para ayudar a los demás y sin que en el fuero de cada uno le inquiete lo resbaladizo del terreno que pisa. Son personas -por decirlo de la forma más piadosa-, de buen conformar, que se contentan con los esquemas en los que ellos participan porque consienten pasando por alto cuanto ignoran a cambio del sueldecito. A eso es a lo que deberíamos llamar -ya empeñados en adjetivar-, política alimentaria, también llamada de supervivencia para todos los que la practican a sabiendas de que eso de "sus ideas, su partido y su obligación de conseguir para sus ciudadanos el mayor grado posible de libertad, justicia, paz y bienestar se traduce en un "ya veremos", que, caso de no materializarse, ya habrá justificaciones -mercados internacionales, crisis mundiales, etc- para camuflar sus responsabilidades. Y sus impunidades.

Existen niveles. Como en todas las calificaciones y clasificaciones. Es posible que en el superior, junto a lo alimentario se busque además el prestigio, aunque no siempre es así cuando se echa mano de las vacunas contra el ridículo, o de los subterfugios para perpetuarse en la Historia con buen talante. En el bajerío de la tabla, ¡anda que no!, exclusivamente política de supervivencia aunque sea pan para hoy y hambre para mañana. Para los demás. Caiga quien caiga.

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