Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Sólo Pablo Iglesias, con permiso de Martín Vila, tiene el don de despertar al alcalde de Cádiz de su feliz letargo. Rara vez responde al PP o al PSOE con tanta crudeza como cuando pone los puntos sobre las íes a su partido, consciente de que le va la supervivencia en la Alcaldía en su compromiso y poco más. En su primer año de mandato, en cambio, José María González llamaba la atención a diario rompiendo todos los moldes protocolarios. Igual plantaba a la Guardia Civil, que a la Hermandad del Rocío, que al buque Esmeralda. Su ruptura con lo políticamente correcto se televisaba en directo y lo mismo defendía al que se busca la vida frente a su Policía Local, que recordaba que Otegi no mató a nadie, que comparaba la sanidad andaluza con la venezolana. Fueron doce meses frenéticos, pero a partir de entonces, José María González activó el modo avión y no ha vuelto a ser el mismo.

Su Fouché particular y el propio ambiente le convencieron de que rebajara el tono y guardara algo más las formas, para llegar vivo a las próximas elecciones. Consciente de las limitaciones de su gobierno tan precario, se impuso la ley del silencio en su grupo y hoy el principal objetivo no sólo lo ha logrado, sino que figura como favorito en las quinielas, a pesar de que todo esté por decidir. Más que vivir de sus méritos, González también aprovecha los regalos. Ya se ha situado incluso por encima de la marca de Podemos, gracias a su don de gentes y a las torpezas ajenas, empezando por los suyos. Si los anticapitalistas le critican por concederle la Medalla de Oro a la Patrona, lejos de encogerse, el alcalde saca pecho. Y si a Pablo Iglesias le da por celebrar en Cádiz una asamblea a favor del referéndum pactado en Cataluña, él lo rechaza con la misma determinación con que defendió el contrato de las corbetas con Arabia. Su gestión no pasa de limitada, pero por fortuna para el alcalde, el viento le viene de cola: el PP vive pendiente de su regeneración y no tendrá fácil igualar los resultados de Teófila. No se descarta para la victoria, pero dependería de C's, a priori, para gobernar. Y el PSOE sigue abierto en canal. El control de Fran González sobre la agrupación local es tan férreo que, como dice un joven pero veterano militante, ni Felipe González le podría en unas primarias. Por esta misma razón no cuenta con apoyo de la dirección provincial y regional, que no sabe cómo arrebatarle el poder interno.

González lleva ahora dos años bajo la máxima de que calladito está más guapo, lo cual puede ser saludable para todos, por cierto. Frente a los alcaldes que no se van a la cama tranquilos si no han participado en veinte actos durante el día, él lleva a gala la conciliación familiar, y la mayor parte del tiempo que otros dedican a acaparar los focos, él ni está ni se le espera. Dicen que en el equilibrio está la virtud, pero él se ha acomodado al modo silencio. Ante la prensa son contadas las ocasiones en las que comparece, porque prefiere manejarse con el tuit. Se ha propuesto con tanto afán ser uno más entre la gente, en su piso viñero, que hoy es difícil adivinar qué opina de los Presupuestos, la integración del puerto y la ciudad o la infravivienda. Si al principio se exponía a todas horas como alguien extravagante, ahora destaca por su perfil bajo. Así transcurrían los días en Cádiz, hasta que el viernes, fiel a su catecismo, se vio obligado a lanzarle un dardo envenenado al propio Iglesias por ese casoplón que se ha comprado en la Sierra madrileña, para estupefacción de los indignados. González reaccionó con éxito ante un error político que pasará a los anales de la historia. Ahora sólo le falta decidir si quiere pasar a la historia como alcalde sólo por estos golpes de efecto y sus extravagancias, como algunos artistas, o también por sus obras.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios