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El Alambique
C UALQUIERA de nosotros firmaría, sin ningún género de dudas, el historial personal y profesional de este gran portuense, Adolfo Ortega García, al que el pasado mes de octubre se le rindiera un más que merecido homenaje en El Puerto, siendo distinguido como hermano de honor de la Oración en el Huerto.
He tenido la suerte de tratar a Adolfo desde hace muchos años. Lo conocí, cuando desde las filas de U.C.D. nos unimos para colaborar en las primeras elecciones generales y posteriormente para perfilar la configuración de la lista de ese partido de Suárez en los primeros ayuntamientos democráticos. Y es que su talante de consenso y dialogante le caracterizó siempre.
Con el tiempo coincidimos y de su mano aterricé en esa insustituible hermandad de El Olivo. Vinieron las casetas de feria junto a los baños termales y a mediados de los setenta compartimos trabajadera bajo el paso de misterio. Y así pude percibir de cerca la honradez que supo aplicar a su trabajo y a su vida. Siempre atento y servicial, asumimos las vicisitudes de nuestros hijos José Antonio y Enrique que fueron durante algunos años compañeros de curso.
Decía, con toda la razón del mundo, el ensayista alemán Johan Paul F. Richter, que el recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados. La inmensa humanidad de Adolfo hizo posible que circunstancias complicadas se hiciesen más llevaderas. A su alrededor se daban cita sus amigos, ansiosos por escuchar esa palabra alentadora, ese mensaje esperanzador y tolerante. Hombres como el hicieron posible, con su aportación constante, que la transición española fuese modélica, nada agresiva.
Y es que Adolfo, para todos aquellos que tuvimos la suerte de conocerlo y tratarlo, nos impregnó de esa huella imborrable del consejo oportuno y ecuánime. Complicada tarea la de callar y luego hablar. Hoy, cuando pasea despacio por el centro, recoge de sus conciudadanos el sentir del trabajo bien hecho, de la bonhomía. La satisfacción de saber que los portuenses a los que trató, no olvidarán la labor ni el talante de una buena persona. Casi nada.
En mi interior, la inmensa alegría de reconocer en la amistad que llegué a entablar con él cuestiones que aún permanecen en mi interior, recuerdos que vivirán para siempre conmigo. Gracias por todo Adolfo.
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