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Mi admirado, querido poeta y amigo, Ángel García López, después de una operación grave de pulmón, publicó Memoria amarga de mí, cita del Tenorio, sobre la experiencia vivida, y con un verso tremendo definía su sentimiento de entonces: "Triste, cansado, dolorido y viejo". La vejez era presentada como dolencia, soledad, tristeza y dolor.
Sin embargo, Cervantes, nos dice de él a los sesenta y seis años que "Tieso estoy de cerebro por ahora; vagido alguno no me causa pena". El vagido es llanto, dolor, lloriqueo…seguimos en esos trece. ¿Será por la decrepitud que engendra soledad?
Un verso del poeta latino Gneo Nevio, afirma: así queda probado que la temeridad florece en la juventud, mientras que la prudencia acompaña a los ancianos. Gracián, poéticamente hermanará con García López, perfectamente: "Acaba con todo el Invierno helado de la vejez: cáense las hojas de los bríos, blanquea la nieve de las canas, hiélanse los arroyos de las venas, todo se desnuda de dientes y de cabellos, y tiembla la vida de su cercana muerte". De esta guisa alternó la naturaleza las edades y los tiempos.
La vejez une pues, junto a la mesura del pensar, las dolencias y, sobre todo, la soledad. ¿Qué es la soledad? La soledad es el producto de esto: "tétrada de las edades, cómo la infancia es flemática; la juventud, sanguínea; la madurez, colérica y la vejez, melancólica". También Huarte de San Juan opinaba que en la vejez disminuye la memoria… ¿Hay algo bueno en el cadáver de sombra que habitamos?
Manriqueñamente hemos llegado al arrabal de senectud. El hombre pierde fuerzas. Sigue adquiriendo padecimientos. Se siente sólo y decrépito. La pérdida del vigor generatriz lo hiere profundamente. Pero no lo reconoce, ni lo habla con otras personas aunque sean amigas, ya que siempre fue un órgano para las villanías orales, que siente como un menoscabo personal que le produce, desolación, tristeza y temor.
Cicerón, el achicorio, estima que "nadie es tan viejo que no piense vivir un año más". Pero con el miedo que engendra la espera de la muerte, peor que la muerte y que la soledad, el alma baja. A ello ayuda severamente, seguir el obituario de los amigos, que siguen saltando vivos en la memoria y ya ni están ni estarán.
En la lectura y en el estudio desconecto de esas punciones intensas. Don Miguel de Cervantes Saavedra, antes de morir, tres días antes, escribe la dedicatoria de los Trabajos de Persiles y Sigismunda, uno de los escritos más sangrantes del creador: Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor; ésta te escribo. Y continúa manifestando, pese a todo, sus ganas de vivir: Ayer me dieron la Extremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto…
La vejez es un lento axioma. Pero es mejor vivirla que morirla. Que la muerte tiene pasos de cobra a partir de la noche y la oscuridad es la solapa del sepulcro.
Todos sentimos el descenso de Ishtar a los infiernos pisando un plantel de rosas marchitas, pero la mayoría, débil y cansada, me sigue cervantescamente: Adiós, gracias; adiós donaires; adiós, regocijados amigos. Que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida… Pero, sea como sea, mejor es estar vivo.
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