Socorro… ¿Dónde?

22 de junio 2025 - 07:00

Llega el calor, los turistas desembarcan, las playas se llenan… y El Puerto de Santa María, como cada verano repite el mismo capítulo bochornoso: la ausencia de socorristas en sus playas en pleno arranque de la temporada alta. Resulta tan habitual como injustificable. No es una cuestión menor, ni un error puntual: es una negligencia sostenida en el tiempo que pone en riesgo la vida de bañistas y deteriora gravemente la imagen turística de una ciudad que pretende ser un referente de calidad.

¿Cómo se explica que, en pleno mes de junio –cuando las temperaturas ya rozan los 35 grados y las playas rebosan de visitantes- aún no estén plenamente operativos los equipos de salvamento y primeros auxilios, cuando sí lo están en poblaciones marítimas vecinas? La respuesta es tan preocupante como evidente: falta de planificación, dejadez política y escasa voluntad institucional por priorizar lo que realmente importa. Porque si algo debería ser intocable en una ciudad que presume de su litoral es la seguridad de quienes lo disfrutamos.

Cada año se repite la misma excusa: que si los contratos han llegado tarde, que si los trámites administrativos se han demorado, que si la empresa adjudicataria ha tenido problemas. Pero las excusas ya no sirven. El riesgo es real, los ahogamientos no entienden de licitaciones fallidas y las emergencias no se posponen por ineficacia burocrática. Las playas no son solo arena y sombrillas: son espacios públicos cuya seguridad depende de una previsión que, por lo visto, no existe.

Además del peligro evidente para vecinos y turistas, esta situación daña de manera irreparable la imagen de El Puerto como destino de primer orden. ¿Cómo se pretende competir con otros enclaves costeros andaluces si ni siquiera se garantiza la presencia de socorristas en junio? No hablamos de un lujo, sino de un servicio básico indispensable y obligatorio.

Alguien tiene que asumir responsabilidades. No es de recibo que, año tras año, se juegue con algo tan serio. El Puerto merece una gestión a la altura de su patrimonio natural y humano, porque de poco sirven las campañas de promoción si, al llegar, el bañista descubre que no hay quien vele por su seguridad. Y eso, más que una negligencia, es una vergüenza.

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