La respuesta del viento

Dicen que el viento limpia, pero quien esto afirma no conoce los efectos del levante en las calles de San Fernando. Por aquí sólo mueve la basura de un lado a otro, levantando papeles, bolsas y otros restos de la actividad ensuciadora humana, y acumulándolos en ciertos rincones favoritos de los remolinos. Por ahí, según le dé, provoca tornados en miniatura como una reproducción a pequeña escala de los mitológicos del centro de Estados Unidos, sólo que en lugar de llevarse casas, coches y vacas eleva sobre su pequeño vórtice, por ejemplo, envoltorios de chucherías arrojados por alegres niños bajo la mirada indulgente de sus padres… y madres, que en esto también practicamos la igualdad.

El levante no sólo causa migrañas premonitorias, malhumores inexplicables y despeinados indiferentes a litros de laca, sino que desnuda una de nuestras más evidentes miserias y siniestras habilidades, que es la facilidad con la que cambiamos el fonema 'o' por el de 'u' a la palabra 'sociedad'. Ahora, en estos días en los que el levante ha vuelto a acordarse de nosotros en medio de un verano más que moderado en vientos, aparte de traer la pegajosa calor de nuestras infancias, las rampas de garajes comunitarios aparecen pobladas de papeles y otras basuras volantes, las desafortunadas casapuertas acumulan residuos que no han caído del cielo sino de las manos de los 'desprendidos' isleños.

Si alguien, algún organismo oficial, alguna comisión de estudio, algún equipo de expertos quisiera analizar el estado de limpieza de la ciudad; si algún partido político, ya esté en el poder o no, quisiera comprobar científicamente el amor que tienen los isleños por el aspecto y la habitabilidad de su pueblo; si se quisiera medir el grado de concienciación por la fundamental importancia de la belleza de nuestro hogar común, les recomendaría acudir, más que a los medidores estadísticos, a la poesía, y concluir con el Premio Nobel de Literatura, que la respuesta está en el viento.