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El parque isleño
Si hay algo que me duele en la modificación forzada del gran proyecto para el futuro parque de La Magdalena, frente a los caños de La Isla, es la eliminación de los miradores que habrían permitido apreciar mejor la peculiar belleza de esos canales de agua salada que llevan en sus meandros, revueltas y muros nuestros recuerdos de infancia como barcas mansas y arrastradas, nunca idas del todo. Pero la buena noticia es que las obras para la realización del que es esperado como uno de los espacios más bonitos y especiales de la ciudad se van a reanudar.
Siempre he sentido que uno de los grandes defectos de San Fernando es su secular costumbre de vivir de espaldas al mar que lo rodea y que confiere carácter de casi oficialidad a su segundo nombre y a su gentilicio: isleños somos. Entre los haberes que amontona este gobierno municipal ocupa un lugar principal este proyecto de recuperar precisamente la postergada y necesaria mirada marina y la casi desaparecida visión salinera. En este sentido trascendental, da casi igual el enorme fallo de planificación que trajo como consecuencia la paralización y retraso de los trabajos, esa imosibilidad de construir según qué cosas. Pero de nuevo, hay que resaltar la gran importancia que tienen las ideas, sobre todo las buenas, y la de recuperar ese balcón a la esencia isleña que transcurre entre el Puente Zuazo y el Zaporito, por donde tantas cosas llegaron, pertenece al grupo de las necesarias. No es que se le vaya a perdonar todo a los responsables del error, pero abre el abanico de la comprensión.
No hay que ser muy listo para ver que, cuando concluyan las obras, el parque de La Magdalena se convertirá en uno de los principales logros de este Ayuntamiento, comparable al de la conclusión de la rehabilitación y reforma de las Casas Consistoriales con su aledaña Plaza del Rey. Queda por desear que su finalización termine por construir de una vez por todas el eje de unión entre La Isla de arriba, la que toca al poder y la exhibición, y la de abajo, la que se ha manchado siempre con el barro de los caños y el salitre de su aire esforzado, y que aún arrastras las consecuencias sociales de esa división.
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