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Análisis

Un grupo de amigos y compañeros

En memoria del jesuita Antonio Ordóñez Márquez

Desde el pasado sábado 6 de febrero el sacerdote jesuita Antonio Ordóñez Márquez, con 46 años, descansa en paz junto al Señor de su Vida. Se encontraba en Barcelona, destino en el que ha estado desarrollando su labor pastoral en los últimos tres años, tras partir del Puerto en Septiembre de 2018.

Entregado, apasionado, "enamorado de un Dios Vivo",… lo ha dejado patente en nuestra ciudad por su gran testimonio de amor y servicio.

Llegó al Puerto en el año 2002 como "maestrillo" (término coloquial con el que se nombra a uno de los períodos de formación de la Compañía de Jesús), para impartir clases en el centro Safa-San Luis. Dos años que llenaron su vida de satisfacción, ya que tenía una marcada vocación docente.

Llegó lleno de energía, ilusión, vitalidad, proyectos con los que fue contagiando, propiciando una nueva forma de hacer pastoral, tanto en el colegio como en la parroquia de San Francisco. Tras estos dos años de magisterio en nuestra ciudad continuó su formación dentro de la Compañía de Jesús, pero nunca dejó de estar presente. Fueron dos años en los que fraguó grandes amistades y dejó huella en multitud de jóvenes, con los que nunca perdió el contacto, y a los que siguió acompañando en sus idas y venidas.

Unos años más tarde, en 2013, de nuevo es destinado a El Puerto como profesor de Safa. Años de actividad frenética, de tiempo para todo y para todos. Deja huella en muchos jóvenes a los que supo acompañar, a los que les dio la oportunidad de vivir con sentido. Formado para trabajar con menores en riesgo, era uno más entre los chavales -como él los llamaba- y especialmente entre los que vivían "entre problemas". "Me hizo sentir único y valioso", afirma uno de estos jóvenes. Infinidad de tuits de agradecimiento inundan las redes sociales estos días.

De espíritu inquieto y corazón grande, le llevaron a darse a los demás en distintos ámbitos: en la naturaleza, a través del movimiento Scout; a través de la religiosidad popular, con la Hermandad de la Humildad y Paciencia, a la que acompañó en cultos, formación…; con el deporte, organizando y colaborando en diversas carreras solidarias con Entreculturas, la ONG Nueva Bahía… Era fácil verle correr por nuestras calles o por el Parque de Los Toruños, que visitaba con frecuencia.

Aunque originario de Baena, se sentía parte de esta ciudad, de la que disfrutaba, tanto de su patrimonio natural como de sus fiestas y su gente.

Desde estas líneas nos sumamos al dolor de su familia, de sus compañeros y sus amigos, agradecidos por tanto bien recibido.

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