Balas de plata
Montiel de Arnáiz
El abismo
Hay una enfermedad que se extiende por los pasillos del poder, tanto en los grandes salones de la política nacional como en los modestos despachos de los ayuntamientos: la mala educación. No hablamos solo de formas, de gestos altivos o palabras mal escogidas. Hablamos de una actitud profundamente arraigada en muchos políticos que, una vez alcanzan el cargo, se comportan como si el sillón les perteneciera por derecho divino.
La soberbia institucional se ha convertido en rutina. Algunos representantes públicos, lejos de entender que están al servicio de los ciudadanos, actúan como si los ciudadanos estuvieran a su servicio. Se perpetúan en el cargo sin dar un palo al agua, como si el mero hecho de ocuparlo fuera suficiente. Y lo más grave: lo hacen con una sonrisa de suficiencia, convencidos de que nadie les va a mover de ahí.
Ejemplos cercanos sobran. Basta con mirar alrededor para encontrar algún concejal que otro que lleva varios lustros en el puesto sin que se le conozca una sola iniciativa relevante, o diputados que solo aparecen en campaña para prometer lo que nunca cumplirán. Su mala educación no es solo una cuestión de modales, sino de fondo: creen que los ciudadanos somos tontos. Que no nos damos cuenta. Que tragamos con todo.
Y, lamentablemente, a veces tienen razón. Porque hay quienes siguen votándolos, a pesar de los desplantes, del abandono, de la falta de respeto. ¿Por qué? ¿Por costumbre, por miedo al cambio, por falta de alternativas? Sea cual sea la razón, el resultado es el mismo: una clase política que se acomoda, que se blinda, que se aleja cada vez más de la realidad.
La democracia no es solo votar cada cuatro años. Es exigir, fiscalizar, participar. Es recordarles que están ahí porque nosotros los pusimos, y que podemos quitarlos. Que el poder no es eterno, y que la arrogancia tiene fecha de caducidad.
La mala educación de nuestros políticos es un reflejo de lo que permitimos. Los maleducados saben perfectamente quienes son. Si no les pedimos cuentas, si no les exigimos respeto, si no les recordamos que el cargo no les pertenece, seguirán creyendo que pueden tratarnos como si fuéramos idiotas. Y eso, más que una falta de educación, es una falta de vergüenza.
También te puede interesar
Balas de plata
Montiel de Arnáiz
El abismo
Náufrago en la isla
Manuel Muñoz Fossati
Noches de paz
Noches de paz
Noche de ronda
Lo último