El parqué
Continúan los máximos
Me fui de vacaciones, una corta semana, ya que si el tiempo es relativo, a la vejez es más. El oleaje hirsuto del batido de las olas furiosas, salpicantes de rocas, círculos de sal sobre la piedra que, al caer, agrede. Suena, resuena, relajando el instinto y la añoranza.
Encontré en un desguace de libros, un suplemento de periódicos de antaño que exaltaba la tauromaquia. Pero, igual que en la marisma, las mañanas de niebla a ras de suelo, veo levitar a la Ciudad de la Puente sobre el agua, como la Esquivias de Cervantes con sus viñas y letras.
Sestear ante el agua con sus rotidos constantes, me subyugó entre realidad y ficción. Lo pensé, fríamente: ¿Los nombres de los toreros o sus apodos, alías o resaltes, no eran como los caballeros que en los libros de caballería, se usaban para ganar fama y renombre?.
Alifanfarón, Amadis, Pentapolín del arremangado brazo…Toreros hubo que se dedicaron a la escritura, Sánchez Mejías, ganaderos poetas, Fernando Villalón, y cómo no, al ser la verdad una visión personal de cada quisque, toreros inventados. ¿El Poquito Pan? Se llamaba Antonio Sánchez, le preguntaron un día que porqué cuando acabada la temporada, se iba al campo a sembrar etc. Debo ayudar a mi padre. No querrá usted que no le deje ganar su poquito pan. Y claro, Cela crea a Independencia Trijueque, Gorda II, señorita torera.
Así, quijoteando por los libros esterlinos,- me los llevé a la playa, recuerden, - aparecen apodos más raros que una galaxia en el café. El niño de la Venta nueva del camino viejo de San Juan de Aznalfarache, que necesitaba la impresión de dos carteles para él solo, o tan corto como A-42, que parece el nombre de un arma y no un grito de guerra. Simplemente fue idea de Andrés Martínez Leal, de 42 años.
Las lecturas de vacaciones son como la realidad que pasa por ser la verdad de cada uno. Si la imaginación convence de que lo imposible es verosímil, ya lo tenemos en bandeja. El Aspirino, fue un cartagenero, el Niño de la Plegadera ni se sabe, El sitiador valeroso, le cuadraba a Dumas, hijo.
El marquesito de la Pipitaña, suena al dr. Thebussem, El cienquilómetros y el Galopin de la Mancha, inextinguible e inencontrable. Claro que Chiquito de la Mancha, se llamaba Cristóbal Martínez, ¿Casi Bordiú? y toreaba por los pueblos en el año de la muerte de Franco. El niño de las tres espadas, debió tenerlas en astillero…si no, no se entendería bien.
El montón de libros y revistas a la sombra arbolada, hace una pila jugosa. La luna grande de septiembre subyuga a las mareas. El Mollicodio, que es uno que como le dé la herejía la sostiene con terquedad, juraba esta mañana que él quería expresar su arte ante los espejos de una Feria.
En fin. Hay gente pa tó. Le meto mano al Quijote. Historia verdadera de la novela española verdadera. Novela de lecturas en días del libro, que casi nadie seguirá leyendo. Ya veremos. A lo mejor, al alba, saldrá alguien de la Venta. Sin quejarse, porque sus espaldas fueron criadas entre sinabafas y holandas… Y ya le han armado caballero…
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