La bandera como coartada

07 de diciembre 2025 - 07:00

El 4 de diciembre ocupa un lugar simbólico en la memoria de Andalucía. Fue el día en que miles de ciudadanos reclamaron autonomía y dignidad, y la bandera verde y blanca se convirtió en emblema de un pueblo que exigía voz propia. Aquella jornada condensaba la fuerza de la memoria colectiva y la esperanza de un futuro distinto. Sin embargo, con el paso del tiempo, ese símbolo ha sido desgastado por el uso interesado de quienes, en lugar de honrarlo, lo han convertido en coartada. La contradicción es evidente: quienes antaño se envolvían en la bandera como si fuera un manto de compromiso, hoy la utilizan como recurso estético mientras negocian su lugar en el tablero del poder.

La política se ha transformado en un escenario donde los gestos pesan más que las convicciones. El 4 de diciembre, que debería ser recordado como un acto de dignidad, se ha convertido en un ritual vacío. La bandera se desempolva para la foto, se agita en discursos, se coloca en la solapa como insignia pasajera, pero rara vez se acompaña de un compromiso real con los valores que representa. El símbolo, despojado de su fuerza original, se convierte en atrezo. Y el ciudadano, que recuerda la emoción de aquella jornada, percibe con desazón cómo la memoria se trivializa.

La hipocresía política se manifiesta en esa distancia entre lo proclamado y lo practicado. Muchos de quienes se presentaban como defensores de la autonomía han terminado por vender su discurso al mejor postor. La ética, que debería ser brújula, se sustituye por conveniencia. Estar sin partido, estar sin cargo, genera frío. Ese frío no es ideológico, sino material: la incomodidad de perder privilegios, de quedar fuera del reparto de cargos. Y para evitarlo, se renuncia a principios, se renegocian valores, se traiciona la memoria. La bandera, que en su día fue símbolo de resistencia, se convierte en manta para cubrir la intemperie de la incoherencia.

Este fenómeno no es exclusivo de Andalucía, de nuestra tierra. En todas partes, los símbolos se convierten en mercancía. La impostura no conoce fronteras. El reto es mantener viva la dignidad. No basta con ondear la bandera: hay que honrarla. Porque la política, sin ética, se convierte en espectáculo. Y los símbolos, sin compromiso, se convierten en trapicheo.

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