El Alambique
Libertad Paloma
Esenciales
Me pidieron que grabara un vídeo apoyando la celebración del X Congreso de la Lengua Española en Cádiz y lo cierto es que no lo he hecho aún mas no por falta de ganas, sino porque no encuentro la luz que me favorezca. Es broma. Mi primer impulso fue hablar de la riqueza de lenguaje gaditano, la viveza de sus expresiones, la calidez y el desparpajo con que chamullan sus habitantes, pero pensé que posiblemente alguien hubiera ya comentado algo al respecto; lo mismo me dije respecto de nuestros lugares comunes, del sol y la sal, la arena de las playas y el murmullo de la pata quieta et alii. Descartado también. Luego me planteé nombrar a los más históricos escritores que parió Cádiz pero la idea no me sedujo. ¿Por qué hablar de aquellos que no están ya entre nosotros, físicamente, al menos?
Si he de defender esta noble causa lingüística, como me solicitan, creo preferible nombrar a algunos de los escritores gaditanos de mi agenda de contactos y recomendar le lectura de algunas de sus obras, por la sencilla razón de que qué da más fuerza a la lengua que el uso que de la misma se da.
Empezaré en el triángulo de las Bermudas del Hotel Playa Victoria, en donde nacieron, viven o piensan tres referentes de la literatura gaditana: me refiero a Rafael Marín, Óscar Lobato y Jesús Maeso de la Torre. Novelas firmadas por ellos como La Leyenda del Navegante, La fuerza y el viento o Al-Gazal son epítomes del preciosismo del lenguaje. Must read. Ya saben. Las tierras gaditanas ofrecen multitud de insurgentes y consagrados escritores que gozan del favor de la crítica y/o el público, entre los que podemos mencionar (discúlpenme si omito a alguno) a la famosa Elvira Lindo, el fecundo José Manuel Benítez Ariza, el docto Luis García Gil, la ingeniosa Pilar Vera, al exiliado Benito Olmo, la quiñonera Blanca Flores, al gozoso lector que es Paco Chaparro, el mediático Daniel Fopiani, la valiente Palma Medina, el siempre correcto Eduardo Formanti, el ácido David Monthiel, el polivalente Jesús Cañadas, y muchos más que se me olvidan.
Y luego están los que deberían escribir narrativa y se resisten a hacerlo, gente de prosa mágica como David de la Cruz, Tamara García o Yolanda Vallejo. O que quizás escriben para sí y no la publican, que también puede ser.
Estoy convencido de que hay muchísimas razones para que en Cádiz se celebre un congreso de la Lengua Española. Históricas, económicas, empresariales, comerciales y universitarias, pero la principal de todas ellas es la cantidad de buenos escritores de todo género y tipo que defienden todos los estilos narrativos desde la dificultad que supone teclear lejos de los epicentros literarios (Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla). Así que por ellos y por todos nosotros, saquemos la lengua.
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