De la Isla, ni el viento, dicen algunos, sin saber que los vientos siempre son de cambio, como cantaron y siguen cantando los Scorpions, y más en un lugar donde el aire tiene varios nombres, como es San Fernando. Se me ocurre, de pronto, que algo parecido a esos aires debe ser la solidaridad. Muchos nombres que van y vienen como el viento, refrescando las estancias pobres, aventando las almas tristes, arrullando bebés en austeras cunas de tercera mano. Es, nuestra ciudad un enriquecido caldo de puchero, cultivo de infinidad de avíos solidarios. Durante todo el año, cada ciertas semanas, protoisleños de cuna y adopción se movilizan desde diferentes barrios y zonas para intentar ayudar a los más desfavorecidos: ancianos, mendigos, niños sin recursos, mujeres maltratadas. Una panoplia de personas necesitadas y no olvidadas.

Probablemente, uno de los más complicados y satisfactorios trabajos para un político sea dirigir la delegación de Servicios Sociales de un ayuntamiento. Por sus puertas entran y salen al cabo del año miles de personas con problemas urgentes, apremiantes y no contigentes. Demasiados para su gestión, en realidad. De hecho, creo que el sistema municipal no se colapsa gracias a la ayuda y cooperación externa, autónoma o participativa de una multitud de isleños físicos y jurídicos que donan su esfuerzo y su dinero para asistir a los más desfavorecidos por la suerte.

Me arriesgaré a citar a los isleños solidarios públicos o privados más conocidos, aun a sabiendas de que quedaré mal por delito de omisión. Cáritas Diocesana y la sociedad San Vicente de Paúl, por supuesto. La Asociación de Reyes Magos. El hostelero inquieto, Alfonsito del Bodegón. La pasarela solidaria Alma de la Asociación Grupo Por, de Pedro Pontiga y Daniel G. Novella. El supermaestro top Francisco Cid. La Asociación Avatar Crecimiento del Ser. La Isla por Ucrania. Las hermandades y cofradías, los centros escolares. Calor en la noche. Federico Ozanam. Quisiera no olvidar a nadie, aunque a buen seguro lo haré. Discúlpenme los agraviados.

Estamos ante una pléyade solidaria de gentes buenas y esforzadas, amantes de su pueblo (repetimos, de nacimiento o adopción), de un modo tan reiterado que no parece ser hijo de la casualidad. Cuando en la ciudad de los casi cien mil hijos de San Fernando vemos germinar una y otra vez, sin pausa ni fin, movimientos y actividades de índole solidaria, no podemos sino comprender que forma parte de nuestro ADN, de algo muy bello que tenemos, que atesoramos estos a los que otros criticaban nuestras catorce cosechas. Somos poseedores de un corazón cañaílla, grande y generoso, que no tiene por qué ser mejor, mayor o distinto del de los vecinos, pero que, en este caso, es nuestro y ha de ser reconocido. La Isla es solidaria, y más aún habrá de serlo en los aciagos tiempos ventosos que, me temo, se avecinan indefectiblemente

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