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Sexta ola de mentiras

Las medidas que se adoptan y vuelven a adoptar, como los peces en el río, son poco entendibles y, posteriormente, suelen ser matizadas

El Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se lo está poniendo difícil hasta a los propios, en mi opinión. Cada nueva ola del Coronavirus lo deja en situaciones más y más complicadas, se tiene que desdecir, destruye sus mensajes victoriosos y le pone en el brete de tener que tomar decisiones, algo que ya sabemos que molesta muy mucho a los políticos. El motivo no es otro que el hecho de que decidir implica acertar o errar. Uno está sujeto entonces a la criba y el escarnio, a la crítica pública y la del adversario. Lo chungo es mojarse, tener que salir de la cómoda zona de confort de la indefinición.

Y digo que Sánchez se lo pone difícil a sus correligionarios porque muchos de ellos han manifestado estar hartos de sus vaivenes en la gestión de la pandemia. ¿Cuántos?, me dirán. ¿Los has contado todos? Pero da lo mismo: no hay más ciego que quien no quiere ver. Las medidas que se adoptan y vuelven a adoptar, como los peces en el río, son poco entendibles y, posteriormente, suelen ser matizadas. Si observamos la evolución de la variante Ómicron del Covid19 en el mundo, deberíamos estar preocupados. No hay más que ver las respuestas gubernamentales en Alemania, Países Bajos, Israel… o la cantidad de positivos que hay en ligas profesionales como la NBA o nuestras propias competiciones para comprender que algo huele a podrido en España (y yo no he sido, diría Pedro Sánchez homenajeando a Martes y 13).

¿De qué sirve llevar la mascarilla en exteriores? Y más aún, ¿de qué coño sirve (Casado dixit) si luego vamos a cruzarnos con esos fumadores que expelen su saliva mezclada con el humo nicotinado? O los que comen mientras caminan. Es una lucha perdida, y lo sabes, que diría el meme de Julio Iglesias. En un alarde de sentido común, un médico internista salmantino decía ayer que lo prioritario es transmitir a la población que el riesgo de contagio es muy alto, que se debe mejorar la ventilación en interiores, reforzar la atención primaria, acelerar la tercera dosis, facilitar el acceso a los tests y confiar en que la pandemia sea realmente más leve que las anteriores.

Pero solventar todo eso cuesta dinero, claro. Y no estamos para tirar cohetes, dirá alguno. Dependiendo de para qué, añado yo. Si aplicáramos la economía de familia numerosa al gobierno de una nación, se destinarían los fondos disponibles a lo imprescindible siguiendo criterios de sensatez y razonabilidad (ya saben: lo urgente, lo importante, lo necesario), pero hay que seguir vendiendo nuestro trabajo (la moto) pese a la vergüenza que dan los 400 € del megawatio/hora. Tomar decisiones complicadas resta votos y algunos no pueden permitirse exponerse al contagio de la mala prensa y la caída de los índices de popularidad. Así que, entre el maquillaje de los datos de la pandemia y el disfraz de la realidad mutado en Corinas de humo, vamos pasando de ola en ola (y cojo el Falcon porque me toca). Con mascarilla eso sí, que resalta tu mirada como un burka pero en progre.

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