Análisis

Ricardo Guillermo Miranda Palomino

Abogado

Maternidad y empoderamiento

Durante 1793 Francia continuaba la purga revolucionaria al son del silbo de la guillotina, que deshojaba el calendario a ráfagas con los condenados y a ritmo de roble con los arribistas. Ese mismo año la tajante mató a Dios, mató a un Rey, mató a una Reina y por lo que interesa aquí, a una mártir feminista y de la igualdad, llamada Olympe de Gouges. Discreta dramaturga y revolucionaria girondina, su activismo contra la esclavitud le costó un tiempo en La Bastilla. Madre valiente y orgullosa, no pudo sufrir el olvido de la población femenina en la Declaración de los Derechos del Hombre y al punto redactó la de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. Como a nosotros nos parecería hoy, Olympe vio inconcebible que lo alcanzado por el hombre en la lucha contra la tiranía apartara a las mujeres de sus conquistas y esperanzas. Cinceló su emancipación proclamando que si ellas podían subir al cadalso, también podían subir a la Tribuna. Y así fue. Subió a los dos.

Para de Gouges, mujer y maternidad significaban la misma esencia. Ella dio su vida por “las madres, las hijas, las hermanas, representantes de la Nación” que solicitaban ser constituidas en Asamblea Nacional.

A medida que la lucha por la igualdad va a alcanzar conquistas notorias, el concepto madre inherente al de mujer va a perder protagonismo para el esfuerzo feminista. En la Revolución Industrial es cuando el género femenino evoluciona con el trabajo fuera del hogar, alcanzándose el sufragio a principios del S. XX. Décadas después el feminismo busca la igualdad y la autonomía de la mujer y se considerará la crianza de los hijos como un obstáculo para esos objetivos. La maternidad debe por tanto revisarse superando el patriarcado y empoderando a la mujer. Se concluye que la relación de la palabra mujer y madre es básicamente una representación cultural, algo que históricamente los hombres, en el ejercicio del papel interesado del patriarcado, “les han contado a las propias mujeres lo que es ser madre”. Para cierto feminismo la maternidad es vista como un constructo o construcción teórica en permanente evolución matizado por diferentes contextos sociohistóricos. Se cuestiona por tanto el instinto maternal como “natural” y se rechaza que las mujeres quieran y deban ser madres (S. de Beauvoir), ya que el cerebro femenino no lo desea naturalmente ni estaría diseñado para esta tarea (A. Moreno).

En puridad, la relación del feminismo moderno con la maternidad no es amable. En los decálogos de los derechos del feminismo que puedan ver no se menciona a las madres o a la maternidad. Como si ésta fuera un hecho ajeno o una realidad de segundo nivel al género femenino y por tanto no mereciera entrar en los primarios objetivos de lucha y gran salvaguarda. Especialmente el feminismo patrio manda al rincón del olvido a las madres. Está focalizado en la igualdad, la violencia de género, el consentimiento sexual, la equiparación salarial, el machismo estructural, la educación de los jóvenes en la igualdad, inversión en educación de la sociedad, importantísimas cuestiones actuales, pero, ¿dónde están las madres? ¿Acaso no son importantes por sí mismas para tener un capítulo privilegiado en la lucha feminista? La maternidad, ese elefante en la habitación del feminismo. Por supuesto que el movimiento feminista es libre para restar importancia al papel de las mujeres-madres en la sociedad, faltaría más, pero la mayoría de las mujeres se empecinan en lo contrario. En España ellas sí quieren ser madres como veremos ahora. ¿A qué entonces este empecinamiento en contra de la mayoritaria opción de las mujeres eligiendo la maternidad?

Veamos la opinión que tienen las españolas con respecto a la maternidad. Ésta viene traída con la Encuesta de Fecundidad de 2019 del Instituto Nacional de Estadística, cuyas conclusiones son que la mayoría de las mujeres españolas sí desean ser madres. Así, bajo el epígrafe “Intención de tener hijos”, se nos presenta que el 62% de las mujeres sin hijos de entre 30 y 34 años tiene la intención de tener hijos en los próximos tres años, así como el 57% de entre las de 35 y 39 años. Además, el 41% de las mujeres de 34 o menos años con hijos piensa volver a ser madre en los tres próximos años.

La encuesta revela que los grandes problemas a los que se enfrentan la madres presentes o futuras son las razones económicas, laborales o de conciliación. Y concluye el INE con el siguiente devastador juicio. “En general, las mujeres desean tener más hijos de los que tienen realmente en todas las comunidades autónomas”.

Y es aquí adonde queríamos llegar. Con las toses y carraspeos que en tantas esferas las madres deben soportar en su contra, -hasta hay problemas para dar de mamar (con perdón) a sus bebés en público-, tal vez sea el momento en el que la sociedad deba iniciar un paso adelante al rescate de una maternidad huérfana de reconocimiento y apoyo, construyéndoles un andamiaje normativo específico para las madres que las empodere exclusivamente, formando un armazón jurídico e independiente que instituya al colectivo social de las madres como conjunto diferenciado del resto de las ciudadanas y ciudadanos en cuanto a su especialísima función materna. Una afirmación de colectivo que autodetermine a las madres como grupo emancipado, separado y con acervo cultural propio y económico con respecto a los demás individuos de la sociedad, con resultados favorables que deberán trascender el marco jurídico actual. En lo que aquí se trata, que es de la maternidad, las madres y sus circunstancias difieren del resto de las mujeres y hombres, y si bien los hombres y las mujeres somos iguales, hombres y mujeres sin hijos son más iguales todavía.

Esta arquitectura normativa “ad hoc” debería llevar aparejada tangibles beneficios personales, económicos, conciliatorios y jurídicos, empezando con la institución de un nuevo estado civil de Maternidad que complete a los ahora existentes. Un Ministerio constituiría la culminación que situaría a las madres y a sus especiales intereses en lo más alto de la Administración. Pero el reconocimiento debe albergar más esferas. Que las madres tengan reales posibilidades de ocupar en la administración pública plazas con sueldos tranquilizadores para las que lo deseen el tiempo que lo deseen. Teletrabajo y horario favorable. Una administración de madres junto con un amejoramiento de sus pensiones. Que elijan los años de trabajo y el horario y la disponibilidad. Y además prioridad en el acceso a la sanidad, enseñanza, transporte, servicios de la Administración y oportunidades. Tal vez llegó la hora de que la sociedad les reconozca la entrega a sus hijos que también son los de todos.

Terminemos con un dato y un deseo que interesan la figura histórica de Olympe de Gouges. Las francesas no votaron por primera hasta 1946. Y ojalá pronto en España alguna calle rinda tributo a esta mártir feminista.

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