Cultura

Un violín habitado por un duende

  • El virtuoso violinista cordobés Paco Montalvo, que pasó de niño prodigio a estrella del Carnegie Hall, cautiva en Cádiz con su experimento de inyectar flamenco en su instrumento

¿qué tiene que ver Paganini, el genio que cambió el modo de interpretar el violín a principios del siglo XIX, con Paco de Lucía, el genio que cambió el modo de interpretar la guitarra española a finales del siglo XX? Pues seguramente eso, que lo cambiaron todo. Pero hay nuevos puntos de encuentro. Anidan en el arte ecléctico y, de algún modo revolucionario, de un cordobés de 24 años que a los 12 años tocaba con la Orquesta Sinfónica de RTVE y a los 18 debutaba en uno de los templos de la música, el Carnegie Hall. Y lo de revolucionario viene porque el mismo artista que es capaz de ejecutar con perfección de maestro un Paganini puede conseguir lo que ayer noche se vio en el castillo de Santa Catalina en la tercera sesión del Estival Flamenco de Cajasol: atrapar algo del alma de Paco de Lucía en las cuerdas de su violín. Con dos discos que experimentan esa vena popular, Alma de violín flamenco y Corazón flamenco, el salto mortal de nuestro personaje, Paco Montalvo, considerado uno de los mejores violinistas del mundo, es hacer suyo el flamenco porque ha bebido desde chico de él.

Por muy raro que para el público pueda parecer encontrar un recital de violín en el que el solista se hace acompañar de palmas, percusión y baile, el espectáculo diseñado por Montalvo convierte en natural lo excepcional, capaz de insuflar ritmo trepidante y emocionante a algunos de los palos más tradicionales del flamenco, como las bulerías con las que arrancó su repertorio, o a flamencos más híbridos, como las guajiras, de mezcla cubana, que dieron el paso al baile. Todo esto peleándose con la afinación del violín: "Es lo que tiene la humedad", dijo.Y en el baile un homenaje a su tierra con la ejecución d e El Vito, ese baile frenético que bautizaría la expresión baile de San Vito y que el violinista dijo que le recordaba a su abuela. Fue uno de los momentos estelares de la noche, al igual que cuando Montalvo emprendió los compases de un clásico popular, la Tarara, cuyo ritmo fue seguido por el público con divertida entrega.

El violín de Montalvo, pletórico de músculo, aporta viveza a la base rítmica de las palmas y la percusión, a cargo de Miguel Santiago. La guitarra de Jesús Gómez, que ha puesto acordes y orden musical a las correrías del Quijote de Terry Gilliam, se hermana con el violín de su paisano como si siempre hubieran sido instrumentos indivisibles. El giro hacia un repertorio más clásico de mitad del recital, donde Albéniz cobró protagonismo, mostró la compenetración que existe entre estos dos músicos y que tuvo como colofón un cierre brillante y emocionante, la versión del Entre dos aguas de Paco de Lucía, obra cumbre del genio algecireño. Tratada con un respeto escrupuloso, al público se le iban las manos en palmas con un ritmo de esos que se quedan en la cabeza durante muchas horas.

Un espectáculo diferente, refrescante, una fusión que no sólo no chirría sino que se ajusta como un guante. Un regalo para los oídos en la noche de Cádiz.

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