El reino de las imágenes

DE LIBROS

Taurus pone al alcance del lector con ‘Las estructuras antropológicas de lo imaginario’ un texto verdaderamente radical, en el sentido orteguiano de la palabra

En su obra, Durand se ocupa de la simbología religiosa. Arco de Narbona (ca. 1150-75). / Metropolitan Museum of Art, Nueva York.
Luis Manuel Ruiz

28 de diciembre 2025 - 07:00

La ficha

'Las estructuras antropológicas de lo imaginario'. Gilbert Durand. Taurus, 2025. Trad. de Mauro Fernández Alonso. 560 páginas. 26,51 euros

Pocas veces la colección de Taurus clásicos radicales ha sido más fiel al marchamo que la identifica; pues con la reedición de este Las estructuras antropológicas de lo imaginario ha vuelto a poner al alcance del lector un texto verdaderamente radical, en el sentido orteguiano de la palabra: que va a la raíz, al fundamento, a aquella fuente última (o primera) de que se nutre la savia y que anima los brotes nuevos. Inexplicablemente perdida para el público español desde el 1981 (salvo un momentáneo rescate mexicano en 2006), es esta una obra cuyo impacto en el plano de la simbología, de la interpretación de las imágenes, o de la exégesis de la obra de arte en general, jamás será valorado en exceso: lo que Durand logró, siguiendo las huellas de Bachelard, adelantando a Blumenberg, inspirándose en los mecanos de Lévi-Strauss, fue la primera exposición integral, orgánica, simétrica, kantiana, del funcionamiento de la imaginación, con toda su exuberante ramificación en los jardines de la religión, la mística, el arte, la locura, la imaginación privada y de andar por casa.

Poco conocido fuera del ámbito francófono, Gilbert Durand (1921-2012) enseñó en la Universidad de Grenoble y practicó con idéntica soltura la antropología, la sociología, la crítica cultural, la filosofía. Si bien su consagración proviene del título que comentamos hoy, compuso otros que tampoco deben permanecer en la sombra; como introducción a su pensamiento y cartografía general, es recomendable asomarse a L’imagination symbolique (1964), donde recoge los términos clave y afina las herramientas de que se servirá en sus libros mayores; como ilustración de hasta dónde esas herramientas pueden conducir, está Introduction à la mythodologie (1996), en que todo el peso de su utillería cae sobre el examen y disección de diversas cuestiones relacionadas no sólo con el arte y la literatura, sino invadiendo también los campos de la política, la historia o la antropología cultural. En suma: Durand es un apeadero indispensable para todo aquel que pretenda dedicarse al estudio del símbolo, del lugar que ocupa en el pensamiento humano, de su rivalidad y cooperación con el raciocinio, de su papel en los distintos ámbitos de la creación humana.

Durand es un apeadero indispensable para todo aquel que pretenda dedicarse al estudio del símbolo

Se advertirá que el título contiene ya el neutro “lo imaginario”: se trata del concepto francés l’imaginaire, que sólo pálidamente traduce nuestro “imaginación”, o, peor aún, “fantasía”. Desde cierto ensayo seminal de Sartre (L’imaginaire, 1940), donde el asunto se aborda desde el sesgo fenomenológico, lo imaginario ha sido ese orbe de creaciones, eminentemente visuales pero no sólo, de las que se sirve la mente humana para, más acá del pensamiento racional, estructurar el universo y otorgarle un sentido: algo similar a la razón en la sombra. Antes de Durand, las principales aportaciones en el terreno fueron las de Gaston Bachelard, con su serie de libros dedicados a la imaginación material (la tierra, el agua, el aire, el fuego) y las de Henry Corbin, que llegó incluso a acuñar un término (imaginal) para definir esa realidad intermedia, estrictamente objetiva, que se sitúa entre el mundo físico y metafísico (el de las esencias), sirviendo de puente entre ambos. Este ensayo de Durand quiere ser una exploración exhaustiva y prolija, con escrúpulo de agrimensor, de esa inmensa región de la que proceden los mayores iconos de la humanidad, y que no sólo se restringen a la poesía, la pintura o la música.

Es imposible dar cuenta, aun aproximadamente, del cuadro de Durand, pero sí puedo marcar unos trazos principales que insinúen una perspectiva. Las imágenes vertebrales sobre las que se sustenta nuestra concepción de la realidad (lo masculino y lo femenino, la madre, la noche, la selva, la caverna, el sol fuera de la caverna) proceden en última instancia de reflejos orgánicos, asociados al movimiento y la postura (la orientación vertical, los impulsos digestivos y sexuales); de ahí pasan al aparato gnoseológico, donde se complican y son organizados en un conjunto de estructuras que les otorgan significación: pues el contenido de toda imagen, doblemente articulado, proviene de su inserción en una serie isomórfica y de su pertenencia a un grupo finito de esquemas, arquetipos y símbolos, que desemboca en la matriz privilegiada de toda expresión imaginaria, el mito. Este análisis permitirá desarrollar una lógica dinámica de combinación de imágenes, sean narrativas o visuales, que obedecen a dos regímenes o polaridades (nocturna y diurna) asociadas a su vez a una mayor introversión o extroversión y dotadas de mayor oscuridad o claridad relativas. Por las vaguedades y confusiones de mi último párrafo se deducirá que los planteamientos del autor son difíciles de comprimir en una píldora y que lo conveniente, lo imperativo, es acceder a ellos desde las palabras en que él mismo los explica: cosa a la que invito fervientemente desde aquí a todo aquel interesado en las artes visuales, en la reflexión sobre las artes visuales o en la reflexión sin más.

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