La monja que desafió a las Cortes de Cádiz
Sor Rosa María de Jesús llegó a Cádiz desde Salamanca huyendo de la invasión napoleónica y planteó a los diputados unas medidas que incluían nombrar a la Virgen generalísima de las tropas
La religiosa fantaseó con un ficticio encuentro personal con el Papa Pío VII
En el ‘Diario Mercantil’ de los días 6 y 7 de septiembre de 1811, un asombrado, más bien indignado, suscriptor de este periódico, bajo las siglas A.M.T, escribía un extenso alegato donde arremetía duramente contra sor Rosa María de Jesús, una monja agustina recoleta, por un escrito que consideraba ofensivo para las instituciones e impropio, por la acritud de su lenguaje, de una religiosa. De paso, le afeaba su amor al lujo por viajar “en coches imperiales y calesas como si fuera una ministra plenipotenciaria del Papa”, por su falta de humildad y pobreza evangélica, así como por envolver en una vaga generalidad una serie de cavilaciones, “que ofenden sobremanera a la religión y a la sociedad”. En otros números sucesivos continuaría la diatriba y, también, otro puntero periódico gaditano, ‘El Redactor General’, se haría eco de ella el día 8.
Sin embargo, en un ambiente tan polarizado como el que se vivía en el Cádiz previo a la promulgación de la Constitución de 1812, cabe preguntarnos qué parte de razón pudiera asistirle a dicho suscriptor y, ante todo, ¿cuál era el origen de tal alegato?
Masones, herejes, impíos…
A raíz de la Revolución Francesa, que buena parte de la Iglesia juzgó como algo pérfido, muy propio de un “mundo trastornado”, hubo sectores de ella que mostraron cierta flexibilidad y deseos de adaptarse a las nuevas circunstancias. El propio liberalismo subyacente, muy cuestionado entonces, fue aceptado por un considerable número de clérigos en toda Europa y, como no podía ser menos, también en España. Además, en el seno de las mismas Cortes de Cádiz, se daba la circunstancia de que, si nos atenemos a la composición de sus diputados, un tercio de ellos precisamente eran clérigos. Si bien, ese dato no suponía una postura monolítica entre sus miembros, pues, mientras unos atendieron a inclinaciones claramente conservadoras y, aún, reaccionarias, otros optaron por planteamientos claramente innovadores. Bastan los ejemplos del padre Muñoz Torrero, diputado por Extremadura, adalid del naciente constitucionalismo español, o el padre Ruiz de Padrón, diputado por las Islas Canarias, notorio dialéctico contra la Inquisición.
Por su parte, el integrismo católico del momento encontró notables polemistas que, con cierta contundencia y pluma fácil, apostaban por la plenitud de la fe (al menos tal y como ellos la entendían) frente a sus abiertos enemigos, esto es, los tachados de ateos, herejes y, cómo no, de masones. Buenos ejemplos, sobre todo para el caso gaditano, fueron el fraile capuchino Rafael de Vélez, autor de una ‘Apología del Atar y del Trono’ y el dominico padre Francisco Alvarado, ‘El Filósofo Rancio’, autor de una serie de ‘cartas’, sermones y artículos periodísticos. Ambos se manifestaron declarados enemigos de toda la obra de las Cortes en general. Tampoco faltó el sacerdote Simón López de Or, diputado por Murcia, autor del ‘Despertador Cristiano Político’, que iba en contra de la masonería a la que acusaba de propiciar, con sus “artes diabólicas”, todos los males de la Iglesia.
También surgió una especie de misticismo exaltado hasta con veleidades divinas, donde no faltarían actitudes estrambóticas que escapaban al control de la propia Iglesia. Tales serían los casos de la beata Clara, acusada de falsos milagros por los que, a cambio, cobraba sustanciosas ‘limosnas’ o del padre Miguel Solano, cura de Escos, muy dado a ‘extrañas’ inventivas y que acabaría sus días en los calabozos de la Inquisición de Zaragoza, acusado, asimismo, de cuestionar las Escrituras.
La aparición, pues, de la controvertida figura de sor Rosa María de Jesús, aunque con unos matices muy peculiares, ciertamente no suponía una excepción en aquella confusión de propósitos redentoristas.
Un iluminismo beligerante
En 1808, al comienzo de la invasión francesa en España, sor Rosa María de Jesús profesaba en su convento de las Agustinas Recoletas de Salamanca, donde al igual que el resto de la población, fueron presas del temor ante la incertidumbre provocada por los acontecimientos. Con el permiso del obispo de la diócesis, monseñor Juan de la Cruz, optaron por refugiarse en los lugares que consideraran más seguros.
Lejos de amilanarse por estas circunstancias adversas, esta religiosa convino que España debía por todos los medios, no solo materiales sino también espirituales, hacer frente a Napoleón, al que consideraba la encarnación del Anticristo. Decidió viajar a Madrid, bajo dominio bonapartista entonces, donde, disfrazada de hombre, según ella mismo contó, logró conseguir el permiso necesario para pasar a Savona, localidad italiana cercana a Francia, en la que Pío VII se hallaba exiliado. Una vez en su presencia y tras exponerle la situación por la que atravesaba España, el Pontífice le manifestó que “amaba a los españoles y tenía confianza en ellos”. Tras nueve días de estancia allí, tras otorgarle su bendición y regalarle el solideo que portaba, el Papa le encargó utilizar todos los medios que le pareciesen convenientes para lograr la paz de la Iglesia. A su regreso escribió al emperador para que restituyera al Papa en su sede, hiciera penitencia y “exterminara a los masones”.
De entre las beatíficas impresiones que se llevó sor Rosa María de aquel viaje, llegó a considerarse “un débil instrumento de quien Dios se vale para que en las pequeñeces de él, resplandezca su grandeza”. Con todo, no existe constancia alguna de que viajase a Savona y, mucho menos, de que se entrevistase con Pío VII. Todo apunta más bien a que este relato fue fruto de su delirante imaginación y de sus ansias salvíficas que luego quedarían plasmadas en su diletante ‘Viaje a ver a su Santidad Pío VII para tratar de la paz de la Iglesia y de la libertad de la Nación Española’, al que seguidamente nos referiremos.
En un contexto así es donde hemos de entender la presencia de sor Rosa María de Jesús en Cádiz, a principios de marzo de 1811.
Su enfrentamiento con las Cortes
Con tal motivo se dirigió a las Cortes para hacer saber sus proyectos con sendas misivas al presidente y a los diputados, dando cuenta de las medidas a tomar por la situación que se vivía en una España en guerra contra Napoleón. Un amplio proyecto que iba desde la proclamación de la Virgen María como generalísima de las tropas a decretar un ayuno de tres días, acompañado de rogativas, en aquellos lugares no sometidos aún a los franceses. Todo ello pasaba, también, por el pleno reconocimiento de las Siervas de María Santísima de los Dolores como unas de las grandes catalizadoras.
Aunque, a través del provisor de la diócesis, el padre Mariano Esperanza, se pidió que una Junta de Obispos atendiera sus peticiones, lo cierto es que las Cortes acordaron que fuese una comisión de cinco diputados clérigos los encargados de tal cometido. Uno de ellos era el padre Lorenzo Villanueva, diputado por Valencia, cuya postura cercana al liberalismo le supondría ser represaliado en 1814. En sus ‘Recuerdos’, especifica que fueron tres los memoriales enviados a la Presidencia y dos las cartas a cada uno de los diputados, si bien muestra cierto desconcierto a su solicitud de “licencia para establecer la religión de las Servitas”, pues para ello “no había constancia expresa de la voluntad de Su Majestad”. Téngase en cuenta que la orden, como tal, había sido fundada en 1233.
Sin embargo, para contrariedad de la religiosa, no obtuvo ningún respaldo de las Cortes, cuyo informe no pudo ser más demoledor, tachando de incoherente su proyecto y de provocar entre el pueblo una especial inquina contra los diputados, así como una manifiesta desconfianza en las instituciones. En consecuencia, su mordaz comentario no se hizo esperar: “¡Cómo me había de imaginar encontrar esto en la ciudad de Cádiz!”.
La polémica, pues, estaba servida y los sectores más involucionistas hicieron causa común con sor Rosa María, no faltando, incluso días después, en la propia prensa comparaciones entre la supuesta “impiedad” de la ciudad con otras localidades españolas. Así, se ponía como ejemplo a Valencia, donde miles de personas, “llenas de piedad religiosa” salían continuamente en procesión por sus calles, en contraste con Cádiz, donde, una vez más, reinaban muchos filósofos modernos, entre ellos clérigos notables, clasificados como “herejes”. Por su parte, otra publicación gaditana, ‘El Censor’, discrepante siempre con el liberalismo, aseguraba que “no hay más que francmasones”, cuyo número, por si fuera poco, cifraba en “800.000 en España”.
Como colofón y abundando en su despecho, después de seis meses en Cádiz, sor Rosa María decidió publicar su ‘Viaje’, al que aludíamos anteriormente. Se trataba de un texto de dieciséis páginas editado en la gaditana imprenta de Manuel de Quintana, donde daba cuenta de sus peripecias desde su salida de Salamanca hasta su supuesta entrevista con Pío VII, en la que trató de la “salvación” de España. No perdió ocasión, tampoco, de criticar a las Cortes reprochándoles que “entre tanto número de sabios e irreprensibles sujetos”, se encontraran “muchos filósofos, jansenistas y francmasones” a los que, según ella misma, querría “devorarlos con el aliento”. Sobre estos últimos, los masones, añadiría que “se hallan reunidos en todas partes de esta ciudad, envueltos”.
Bien es verdad que la prensa más aperturista no se tomó muy en serio todas estas acusaciones, apuntando, a modo de sátira, que “el pueblo se ha quedado en ayunas”, no faltando quienes intuyeron la influencia de su confesor, el padre Alfajeme, que llegó a considerar como una santa a sor Rosa María. Pero, conforme fueron pasando los días y meses sucesivos, la polémica fue perdiendo interés y pronto todo aquello quedó en el olvido. Sor Rosa María pasó a un convento de Cabra donde estuvo ocho años para acabar luego en Madrid, muriendo en 1828. En todos esos años posteriores, nunca dejó sus ideas innovadoras para con la orden a la que perteneció.
También te puede interesar
Contenido ofrecido por Ciudad autónoma de Ceuta
Contenido ofrecido por Consorcio de Bomberos de Cádiz
Contenido ofrecido por Restalia