Arte

Los perfiles cambiantes de una existencia

Obra de Verónica Sanz.

Obra de Verónica Sanz.

La antigua iglesia de San José de Puerto Real, cerrada al culto hace años y convertida en Centro Cultural, se llena con los paisajes mediatos de Verónica Sanz, pintora de la localidad, autora de una pintura trabajada, convencida y convincente; una pintura que deja adivinar un proceso consciente donde la realidad sólo es atisbada en medio de una envolvente masa de color perfectamente acondicionada.

Verónica Sanz es artista de fuerte personalidad; fuerte desde su concepción plástica, esa que hace manipular la materia con profundidad, sentido y contundencia. Además es, asimismo, de fuerte convicción en su planteamiento conceptual. Sus ideas necesitan registros artísticos muy bien definidos para que formulen su verdadera dimensión. Y en eso, radica la creación pictórica de esta artista. La idea es conformada inteligentemente, con argumentaciones artísticas sabias y bien definidas desde posiciones plásticas de acertados esquemas coloristas. Tras cada pincelada, detrás de cada campo cromático se adivina la potencia generativa de la idea. Su pintura es un manual de circunstancias abstractas en su máxima dimensión. Lo real ha difuminado su sentido representativo y suscribe, sólo mínimamente, un escueto episodio evocador.

La exposición en el viejo templo del calle Real puertorealeña nos conduce por un estamento expresivo que nos sitúa en esa línea estrechísima donde lo real y lo abstracto confunden sus contornos. Y es que la obra de la artista, sujeta a los episodios más compactos y determinantes del expresionismo cromático, escenografía un paisaje lleno de potencia colorista que deja mínimamente adivinar las tenues líneas de un representación sutilmente dispuesta en los medios de un poderoso sistema cromático.

Verónica Sanz que ya nos convenció con su anterior proyecto donde el azul Klein formalizaba bellas estructuras monocromas que encerraban posiciones de amplia espiritualidad, ofrece, ahora, Mudanzas. Cambio de enseres de una vida a otra, una realidad pictórica que transporta, en un proceso de evocación, de esencias y de intimidades, por distintos pasajes de momentos emotivos y llenos de perfiles vivenciales. Lo real, la vida, el diario acontecer se establece en su obra desde unos presupuestos plásticos intensos; sutilísimas grafías, como surcos que dibujan una existencia presentida. Pero esa realidad que conlleva sistemas sacados de lo más íntimo sólo se define entre brumosos campos de color que diluyen los perfiles reales y transportan a nuevos sistemas donde lo real y lo espiritual confunden sus fronteras. Es el tiempo en el que la autora superpone a lo mínimamente presentido de sus esbozados paisajes una poderosa dimensión cromática. Es, ahora, el tiempo del color en su más contundente posición, de sus verdes esmeraldas, de sus rojos apasionados, de sus azules de atardeceres, incluso, de sus ocres desvaídos, que manifiestan sus más preclaros sentidos simbólicos. Con ellos todo queda dispuesto para que se produzca esa ‘mudanza’ que llegue a transformar un pasado en un algo distinto; un algo que se adivina pero no se define; que se quiere pero que abruma; que se ansía pero que da miedo. Es la realidad de una existencia vivida con pasión.

En la nueva pintura de Verónica Sanz el continente y el contenido han fundido limpiamente sus fronteras. Entre ambas circunstancias la pintura se hace grande, manifiesta una nueva realidad que abre infinitas perspectivas y en todo ello se presiente un universo nuevo donde todo, quizás, sea, bellamente posible.

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