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  • Tanto ‘Los fracasados de la aventura’ como ‘Hex’ recrean, en su lado oscuro y luminoso, el afán humano por retar a lo improbable

La extraña condición del mono sin pelo

Ilustración que David Sánchez hace del caso de Franz Reichelt en 'Los fracasados de la aventura'. Ilustración que David Sánchez hace del caso de Franz Reichelt en 'Los fracasados de la aventura'.

Ilustración que David Sánchez hace del caso de Franz Reichelt en 'Los fracasados de la aventura'. / David Sánchez / Errata Naturae.

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

FINALES de enero, ese momento en el que los buenos propósitos de Año Nuevo pueden estar ya bien sepultados, inconsistentes ante la primera ventisca. No es grave: tanto fracasar como hacer de lo improbable el mejor postor son condiciones indisociables al pasaporte humano. ¿Es usted un mono sin pelo? Ahí tiene su plus de incertidumbre, un sello admonitorio, como si tuviéramos la vesícula rellena de nitroglicerina. El mono sin pelo tiene un punto de delirio. No es de fiar. Pero ese mismo impulso le sirvió para creer que podía abatir a un oso de las cavernas o atravesar pantanos que eran nubes de malaria.

En el lado oscuro –y, por supuesto, risible– de esta pulsión caen Los fracasados de la aventura que nos presenta Bruno Léandri. La edición ilustrada de Errata Naturae recoge un ramillete de reconfortantes premios Darwin desplegados por el mundo de la Exploración, el Aire, los Polos, la Montaña, la Ciencia, el Mar o, incluso, la exposición mediática, la última incorporación al listado de la autodestrucción: “Qué bonita, la aventura –comenta el propio Leandri en su introducción–. Estamos ahí, sentados en nuestro salón, con una infusión en la mano, mientras en el libro, o en la pantalla, unos tipos hacen cosas que nos evaden de nuestra insignificante vida”. Qué fracasen estrepitosamente se convierte pues, en nuestra venganza, la revancha de los inanes comedores de Doritos.

Los fracasados de la aventura reúne biografías de cotas gloriosas en su desastre. Muchas veces, en una especie de club suicida tal el que llegó a constituir, en sus inicios, la Compañía Aeropostal francesa: diez de sus principales pilotos murieron “como héroes, pero en circunstancias trágicas o misteriosas”. Esta tendencia a la defenestración grupal es más común de lo que quisiéramos creer, aunque se revista de épica como en la expedición de Franklin, en el paso de Noroeste; o la que quizá sea la más famosa de todas, la de Scott. Por lo que fuera, otras no merecieron tantos honores: así ocurrió con la expedición ártica del 'Proteus', cuyos integrantes, en su tercera invernada en la noche polar, terminaron acudiendo al cementerio como el que va al frigorífico a por un tentempié. Los hielos eternos acogen una panoplia de candidatos sublimes, capaces de reunir fanfarria y un sentido tétrico del karma: el italiano Umberto Nobile se empeñó en conquistar el Polo Norte en dirigible. A desfacer el entuerto acudió, y ahí murió, el que había sido su archienemigo, Roald Amundsen –sí, ese Amundsen–.

La aparición de lo audiovisual no ha hecho más que sumar oprobio a la vergüenza: si lo del dirigible en el Polo Norte les parece de frenopático, Salomon August Andrée ve su apuesta y pone un globo aerostático en el tablero. Hay testimonio fotográfico de los tres meses de agonía de la expedición. Pero quizá el santo icono de todos estos fracasados sea Franz Reichelt, cuyo salto mortal desde la torre Eiffel, enfundado en una absurda equipación, quedó grabado para la posteridad gracias al prodigio del recién inaugurado cinematógrafo.

Como el toque de la locura del ser humano no ha de llevar sólo a la desaparición, Daniel López Valle, periodista y rostro conocido como concursante de Saber y Ganar, nos presenta en Hex (Historias extraordinarias) varios de los ejemplos más pasmosos de nuestro afán por apostarlo todo a la nada. De la mano de Blackie Books, López Valle nos relata el sorprendente caso de un auténtico Orlando intrigando en la corte de Luis XV. Nos cuenta que el autor infantil Roald Dahl fue espía, pero no cualquier espía: junto a Ian Flemming, formaba parte de un grupo de agentes secretos llamado Los Irregulares, y su modus operandi (el de Dahl) era, digamos, de homme fatale. O de las peripecias de la hija de Stalin (el pequeño gorrión) que desertó en la embajada estadounidense de la India, para pasmo de los funcionarios, y que en su aventura americana se casó con el que fuera yerno de Lloyd Wright, ya que la familia estaba convenida de que era la reencarnación de la hija muerta.

La recopilación presente en Hex deja el ánimo sumido en una extraña sensación de confianza: la vida es más grande, brillante y sorprendente de lo que podemos imaginar. Aunque eso también signifique poner en perspectiva nuestra existencia como tubérculos de sofá.

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