Gabriel Urza: “En el sistema judicial de EEUU es imposible actuar con moralidad”
Negro sobre negro
Acaba de publicar en España ‘Tras la verdad’ y asegura que “el trabajo del defensor público es un triaje permanente: es imposible no perjudicar a tus propios clientes”
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Hijo de madre española y padre estadounidense, Gabriel Urza (Reno, 1977) es abogado penalista y profesor en la Universidad de Portland. Tras años trabajando como defensor público en Nevada, debutó en la narrativa con Todas las caras que tomamos prestadas y consolidó su voz literaria explorando las zonas grises de la ley, la culpa y la identidad. En Tras la verdad, su nueva novela, editada por la Serie Negra de RBA, vuelve a ese territorio moralmente incómodo que conoce de primera mano. Esta semana habló con este medio desde Londres.
Pregunta.–¿Cuál fue el punto de partida de Tras la verdad? ¿Hubo algún caso real o experiencia personal que le inspirara?
Respuesta.–Aunque no puedo discutir casos particulares, los personajes y la trama provienen de una mezcla de experiencias: casos y clientes míos, compañeros de trabajo y noticias. Desafortunadamente, había varios casos muy conocidos sobre la desaparición de mujeres en Estados Unidos que conformaron el conflicto central.
P.–¿Qué le interesaba explorar sobre el sistema judicial estadounidense cuando empezó a escribir la novela?
R.–He pensado mucho en esto y la respuesta ha ido cambiando. Al final, quería capturar la imposibilidad del sistema para todos. Estados Unidos es uno de los países más punitivos, más severos en el uso del encarcelamiento. Todo el mundo sabe que el sistema es racista y que favorece a los acusados ricos, pero lo que más me sorprendió al empezar como defensor público fue descubrir que no había un grupo de fiscales o jueces racistas contra los que luchar. La propia construcción del sistema era racista y prejuiciosa. Era imposible ser un actor moral dentro de él. En el caso de Santi, el protagonista, él aprende que trabajar como defensor público significa perjudicar, inevitablemente, a tus clientes. En palabras de Alec Karakatsanis: si uno cree que el propósito del sistema es promover el bienestar general, parece roto; si su función real es preservar jerarquías raciales y económicas a través del control y la brutalidad, entonces funciona perfectamente.
P.–La historia gira alrededor de un abogado marcado por la culpa y la duda. ¿De dónde nace esa necesidad de contar una historia sobre las fisuras del sistema?
R.–Cuando empecé en el sistema, tenía una imagen romántica del defensor público, heredada de la cultura popular y de libros como Matar a un ruiseñor, donde el abogado es el héroe que salva al inocente. Pero el trabajo real se parece más a un triaje. No hay apenas momentos heroicos. Tienes 200 casos y es imposible defenderlos a todos al máximo. Además, los fiscales tienen demasiado poder y el riesgo de perder un juicio es enorme. Como escritor, me interesa ese conflicto moral. Como dice Nietzsche: “Las experiencias terribles dan que pensar sobre si quien las vive no es también algo terrible”. No me interesan los santos ni los superhéroes.
P.–Santi Elcano es un personaje complejo, atrapado entre la ética profesional y el remordimiento. ¿Qué le interesaba mostrar a través de él?
R.–Santi lleva diez años en el trabajo y ha construido muros emocionales para sobrevivir. Me interesaban esos muros: son necesarios para seguir adelante, pero también le destruyen. Vivir así es una forma de esquizofrenia funcional. A veces, como ocurre en el final, los muros caen y la vida familiar choca con la violencia inexplicable del sistema penal.
P.–En la novela se cuestiona continuamente qué significa “la verdad”. ¿Cómo la definiría?
R.–Hay, al menos, dos verdades. La primera es lo que realmente ocurrió, con toda su complejidad moral, y existe fuera del ámbito público, fuera de la ley, entre los protagonistas. La segunda es la verdad del juzgado, definida por las pruebas admitidas, por el poder del fiscal, por los testigos y por los prejuicios del jurado. Es una verdad sencilla, fácil de explicar, pero casi siempre incorrecta.
P.–El caso judicial impulsa la trama, pero la novela también es un retrato psicológico. ¿Cómo equilibró el thriller legal con la exploración ética y emocional?
R.–Los thrillers legales suelen presentar protagonistas que creen que su trabajo es impecable. Mi experiencia dice lo contrario: aunque ayudas a tus clientes, es imposible hacerlo sin perjudicarlos. Esa tensión —ese conflicto entre deber, culpa e imposibilidad— genera una trama compleja y llena de tensión.
P.–Sin hacer spoilers: ¿buscaba que el lector terminara la novela con certezas o con dudas?
R.–Quería que entendiera que Santi está llegando a un punto insoportable de su carrera y de su vida, que tiene que decidir quién quiere ser. Es una decisión muy complicada. Aunque el lector no esté de acuerdo con su elección, espero que comprenda por qué la toma.
P.–Como abogado penalista y profesor en Portland, ¿pudo ahorrarse mucha documentación?
R.–Sí, aunque en cierto modo lo echo de menos. Es un trabajo duro, pero con consecuencias reales. La vida del profesor es más abstracta y repetitiva. Aunque veo el sistema judicial como algo roto, lo extraño.
P.–¿Qué le gustaría que el lector se lleve tras leer Tras la verdad?
R.–No quiero dar mensajes sencillos. Si hay uno, sería este: las imperfecciones del sistema judicial nacen de que quienes lo forman son humanos e imperfectos.
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